CAPITULO UNO / ESTOY SOLO
Desde pequeño fui un niño abusado, me refiero a todas las situaciones
que se presentan dónde falta alguien que vele por tu seguridad y simplemente no
existe. Perdí a mis padres a los ocho años, corría el año 1965 y me asombra lo
que recuerdo, mis abuelos maternos me contaron que su muerte sucedió
fortuitamente mientras visitaban una granja en las afueras, planificaban
comprarla no sólo para cambiar de aire sino para apartar a papá de un vida
viciosa de juegos y placeres violentos que no podía controlar. Mientras discutían
a orilla de la carretera, un camión cargado de troncos de madera perdió el
control al ver una extraña sombra, la maniobra desesperada del conductor para
no impactar el auto de mis padres, resultó en que la pesada carga cayó sobre el
techo, aplastándolo por completo con ellos dentro.
Es todo lo que sé de mi familia, no tuve hermanos y mis tíos no se
interesaron en cuidarme. Nadie se interesó por mí. Ese fatídico día me dejaron al
cuidado de mis abuelos mientras hacían un “rápido y aburrido viaje” visitando
aquella propiedad.
Luego nada fue igual, crecer con dos ancianos no es lo mejor para un
niño, los largos silencios se transformaron en meses de aburrimiento total. La
poca diversión la obtenía en la tienda de abarrotes y las escapadas al bosque
por las noches, eran mis únicos momentos de libertad.
–Niño…¿Crees que soy tan estúpida para no darme cuenta de tus salidas
nocturnas?–Interrumpió un día mi abuela mientras me preparaba el desayuno–
–No, abuela…no pienso eso
–Mira niño, haz lo que te dé la gana con tu vida pero después que yo muera,
en ese bosque habita algo maligno que no sabemos explicar, no me gusta saber
que te expones de una forma tan tonta ¿Lo comprendes?
–Si abuela, pero yo no veo nada extraño allí…te prometo que me regreso
si veo algo–Le respondí buscando que se tranquilizara y me sirviera el desayuno
cuanto antes–
–Ese es el problema niño, no te va a dar tiempo de reaccionar y es
justamente lo que quiero evitar, ya hubo suficiente desgracia en esta familia,
no busques una mala hora. Tu madre era tan obstinada con ese bosque como tú.
En este punto preferí guardar silencio, no solo para cortar el tema sino
que las palabras de la abuela eran ciertas, en el bosque he sentido que me
observan, como si alguien caminara cerca por ratos y luego ya no está. Es una
sensación muy incómoda, sólo quiero estar sólo y esa cosa pareciera esperar a
que yo termine para seguirme a casa. En
los meses siguientes el frío de noviembre se hizo presente y ese cambio limitó
mis caminatas nocturnas, no tenía ropa abrigada y podía pescar un gran
resfriado según mi abuela, pero sé que escondió mi ropa invernal para evitar
que saliera.
CAPITULO DOS / ADIOS ABUELA
Terminando el mes, una tarde regresaba a casa de la tienda y me
encuentro al abuelo sentado en la vieja entrada de la casa, levanta la mirada
solo para decirme:
–Ponte algo que te cubra niño, tu abuela murió. Vamos a llevarla al
bosque.
–Abuelo ¿Pero…que le pasó? ¡Estaba bien cuando me fui!–Con los ojos
empapados en llanto y el corazón acelerado fue lo único que pude decir–
–Si sabes que la gente muere ¿Ah niño? Entra y despídete, no tardes
mucho. Tu ropa de invierno está arriba
en el escaparate negro, ya sabes que hacer.–Me dijo el abuelo–
Con pasos lentos y manos temblorosas subí las escaleras hacia su cuarto,
el rechinar de la vieja madera del piso sonaba más fuerte que nunca o quizá me
concentré en ello. La abuela parecía dormida aunque tenía los ojos
entreabiertos, apenas si me atreví a tocar sus frías y rígidas manos para
decirle:
–Abuela si te tienes que ir yo lo entiendo, todos se van de mi vida y sé
que debe ser así. Voy a cuidar al abuelo aunque no habla mucho, te prometo que
estaré pendiente de su jarabe y de las infusiones…
En ese justo momento me asaltó una conocida sensación, era la misma que
percibía en el bosque pero por alguna razón no me sentí acechado, me invadió un
sopor repentino y un aire caliente acariciaba mi cuello. No me atreví a
voltear, no quería ver lo que estaba detrás de mí.
Brinqué sobresaltado en el instante que la foto del abuelo cayó con
fuerza al piso, seguido de un crucifijo grande que la abuela conservaba del austero
entierro de mis padres, era el mismo que reposaba sobre la urna de mi madre y
que el buen cura Benito nos entregó.
La sensación de calor fue desapareciendo y el aliento tibio también, me
recosté de la pared a pasar el susto y otro sonido llamó mi atención en el
fondo del oscuro cuarto, era como si algo se arrastrara, me sorprendí al ver
por un par de segundos una sombra en el rincón desvaneciéndose, para dar paso
al más absoluto silencio.
Esa misma noche enterramos a la abuela en el bosque detrás de la casa,
el abuelo la envolvió en un grueso edredón y la aseguró con retazos viejos.
Entre los dos la arrastramos, el abuelo cavó rápidamente la suave y húmeda
tierra mientras yo alumbraba con una lámpara de kerosene.
Al regresar, le comenté lo que había sentido y visto en el cuarto, no me
contestó ni me contradijo como era su costumbre, solo balbuceó:
–Niño, recoge tus cosas. Mañana te llevo al orfanato de las viejas
glorias. No puedo tenerte acá.
–Le prometí a la abuela que te cuidaría abuelo–Le respondí en voz baja–
–Acá nadie va a cuidar a nadie. Anda a dormir y no me molestes con esas
tonterías. Tu madre era igual de ilusa que tú y mira cómo acabó. Nunca debió ir
a ese bosque ni casarse con ese hombre.
Esa noche no dormí. La presencia volvió y la sentí cerca, a mi lado y
luego en el rincón donde está una pequeña mesa con fotos familiares. No sentí
miedo pero su forma de hacerse notar me intranquilizó hasta caer rendido cerca
del amanecer.
Al día siguiente el abuelo me llevó en la vieja carreta hasta el
orfanato de las colinas, una edificación antigua rodeada de unas pequeñas
montañas muy verdes que a esa temprana hora parecen brillar como una pintura.
Y así me dejó, no cruzó palabras conmigo salvo para decirme:
–Tienes todo para perder niño, pero acá vas a luchar hasta para cagar
tranquilo. No te asustes, un día te van a defender y no lo vas a entender, tu
solo observa–Esas fueron sus palabras y salió rápidamente, no hubo un abrazo ni
despedida, sólo se fue.
CAPITULO TRES / GENTE MALA, MUY MALA
El abuelo tenía razón, los primeros días fueron duros. Era objeto de burlas por parte de los chicos grandes,
mis cambios de ropa desaparecieron y mi maleta terminó en lo alto del techo del
cobertizo. También escupían mis desayunos y se orinaban en mi cama durante el
día, nunca jugaban conmigo y no me dejaban ducharme. Las cuidadoras no
intervenían ni me consolaban, sólo reían a lo lejos, entonces supuse que todos
eran malos, muy malos.
Una tarde permanecí en la sala llena de camas a esperar que anocheciera,
tenía días sin hablar y no me había aseado desde que llegué. Sentado en el
catre miraba hacia el suelo mis viejos zapatos cuando un chico gordo y grande
se paró frente a mí sorprendiéndome.
–¿Qué haces aquí basura? ¿Acaso te dije que podías venir? ¡Responde!–Me
habló con un tono amenazador, cruzando brazos y clavando su mirada en mí pero
no me atreví a responderle–
–¿No hablas? ¡Basura inmunda! ¡Acá me quedo hasta que te orines del
miedo!–Me gritó empujándome esta vez el hombro–
Pasaron unos minutos que parecieron horas y el gordo malo seguía esperando
que mi reacción. No sé cuánto tiempo transcurrió pero de súbito volví a
advertir aquella presencia del bosque, sentí el aire caliente y el aliento
tibio que me arroparon rápidamente. Levanté la vista para ver a mi acusador y
lo encontré totalmente paralizado, sudando y con una expresión de terror en su
rostro. No me atreví a hablarle, pero estaba viendo detrás de mí, era obvio que
algo más extraño estaba ocurriendo.
–¿Qué me estás haciendo basura?–Comenzó a gritar el muchacho mientras
lloraba como un niño– ¡Déjame porquería! ¿Qué es eso? ¡Suéltame!
Mi asombro aumentó al ver como al chico le brotaban heridas como arañazos
en los brazos y las piernas, los hilos de sangre comenzaron a correr y su cara
estaba marcada con varios cortes, ¡No podía creer lo que estaba viendo!
Al rato se lanzó al suelo rodando sobre su propia sangre manchando todo
a su paso y gritando por ayuda, la cual llegó muy tarde pues pasaron varios
minutos hasta que la presencia de calor y el aliento extraño desaparecieron y
volví a ver la sombra arrastrarse hasta un rincón. Se creó una gran confusión y
un alboroto mientras prestaban auxilio al chico y lo llevaban a enfermería, las
cuidadoras me gritaban pero no les entendía nada, solo escuchaba ecos muy
altos, solo eso.
Esa misma semana pude darme cuenta del cambio de trato hacia mí, si
antes era malo ahora era peor. Mi comida estaba descompuesta, no me dejaban
sentarme en el comedor y llegué a conseguir excremento debajo de mi almohada.
Todo había empeorado.
Estando una tarde sólo en el baño, quise ducharme y me desvestí lo más
rápido que pude, no había comenzado cuando me doy cuenta que una cuidadora fornida
me estaba observando con una sonrisa irónica y mi ropa en sus manos, no la
escuché entrar.
–¿Así que el niño raro se quiere duchar?–Me dijo acercándose mientras
pude cubrir mis partes pudendas–¿No te ha pasado por tu cabecita que no nos da
la gana que te limpies? ¿O es que el mal olor ya no teja dormir…basura?
No sabía qué hacer, no tuve miedo pero esto ya era otro nivel de maldad.
Como pude cerré la llave cuando sentí nuevamente el calor rodeándome y por
primera vez vi la sombra con claridad, la pude definir. Estaba detrás de la
cuidadora, la cubría por completo y por supuesto, ésta comenzó a llorar de
inmediato, no podía controlarse y había mucha espuma y sangre saliendo de su
boca, fue un largo momento hasta que cayó sobre sus rodillas soltando mi ropa,
vi como era arrastrada por la sombra hasta el fondo de las duchas, hasta que todo
quedó en silencio.
Me acerqué lento, estaba retorcida, sus brazos y piernas volteados junto
a su cabeza, era algo inexplicable para cualquiera. Esta vez la sombra permaneció sobre la
cuidadora y supe que me iban a culpar nuevamente, no me iba a quedar para
vivirlo. Como pude me vestí, salí al
patio y me moví rápido a través de todos, desde allí caminé sin parar hasta
llegar a la carretera, nadie me vio o quizá ya habían descubierto el cuerpo.
CAPITULO CUATRO / NO ESTOY SOLO
Caminé días sin detenerme y aún lo hago, han pasado años y nada ha cambiado.
La sombra sigue conmigo, no se aparta ni se va. Y así como me acechó en el
bosque y me cuidó en el orfanato, ha acabado con policías que han querido abusarme,
con dos abogados, un pastor religioso, con unos vagabundos malintencionados, un
par de caseros, una suegra y dos esposas. Finalmente no estoy solo. Casi nadie se
me puede acercar, pero no estoy solo.
FIN