El mes de abril siempre ha sido complicado para mí. Aquella noche del veintiocho
del año 94 se quedó en mi mente para siempre, grabada con la pluma del dolor y
la poca sorpresa, dibujada a pulso con la tinta indeleble de los hechos
juveniles. Llegaba yo de pasar el rato con los amigos, caminando por el aún
interesante Boulevard de Sabana Grande con todas sus tiendas plagadas de gente
y sus artesanos, con sus piezas labradas, pulseras, collares, pucas y el olor a
incienso variando de un puesto a otro, de vainilla a rosas con miel y de pino a
sándalo.
Estando a metros de mi edificio recuerdo la feroz pelea que protagonicé noches
atrás, antagonizando con Walter, un vigilante de origen peruano que al verme
llegar ebrio trató de impedir mi paso y no contento con eso, alzó su queja con
la junta de condominio cual vieja chismosa.
Mientras me acercaba a subir los ocho escalones de la entrada, iba preparando
el argumento para atacarlo, esta vez no se iba a librar tan fácil de mí y justo
al entrar me voy contra el sin mediar palabra, pero algo en su rostro me
detuvo, su tono de voz era otro e iba muy de acuerdo con su cara de espanto.
-A su papá se lo llevaron al hospital, se puso muy mal. Me pidieron que le
dijera que pase por El Llanito, allí están desde temprano-Me habló como quien
siente pena al dar un recado o como quien ve a un enemigo desgraciado-
Yo sabía muy bien de que me hablaba aquel hombre, odiado hasta hace unos
segundos y portador de muy malas noticias ahora. Congelado por lo que esto significaba,
solo atiné a agradecerle el gesto y le di la espalda, caminé unos cuantos pasos
y me detuve a pensar.
A mi padre le habían diagnosticado cáncer hacía un par de años, un agotamiento
inusitado había prendido las alarmas que lo llevaron a chequearse y a dar con
el nefasto resultado. En pocos meses ya los químicos recorrían su cuerpo con la
esperanza de erradicar el mal y poner orden a la anarquía de sus células. No dio
resultado, así como todas las hierbas, macumbas y tratamientos que le
aplicamos. Igual que la operación de fatuo resultado que solo agregó más dolor
al dolor.
Siempre fue un hombre fuerte, de campo, alimentado con berros, leche fresca y
todo aquello que la tierra le obsequiara, era mi héroe porque su brazos eran
tan fuertes y formados como los de los superhéroes que admiraba en la televisión,
tocaba el cuatro con virtuosismo, su caligrafía forjada en el seminario era una
delicia al igual que sus conocimientos acerca de todo, era de esos que
arreglaba todo y lo hacía bien.
Costaba creer que ahora era un reducto de ser humano, pesaba menos que un niño
y su rostro era una calavera dibujada sobre el recuerdo de sus expresiones
pasadas. Ya no comía, ni masticaba, su único alimento era agua a través de un
gotero y el oxígeno que lo mantenía respirando, eso era todo lo que había.
Noches atrás me había pedido que me acercara hasta su rostro para poder
escucharlo, el fétido olor que despedía impresionaba. Esa noche decidió
despedirse de mí dejando claro que no era mi enemigo y que me amaba, algo que
no me extrañó luego de vivir enfrentados desde mi estúpida adolescencia. Y me pidió
un extraño favor: Deseaba poder comerse una arepa, cosa que la inflamación
interna le impedía por lo que quiso verme comiéndome dicho platillo criollo,
quería que lo hiciera con gusto, como si él fuese el comensal. Fue la cena más
amarga de mi vida, sentado en la vieja mesa, a cada mordisco se me iba el ánimo
y una que otra lágrima se me escapó para rodar por mi cara.
Con tantos recuerdos atrapados en mi mente y su consecuente dolor entre pecho y
espalda, llegué al hospital para pronto reunirme con mi pequeña familia. Me
contaron cuánto costó conseguirle una cama, la sala de emergencias estaba
abarrotada y mi madre en su desesperación utilizó un último recurso:
Arrodillarse frente a un médico para pedir que falleciera con algo de dignidad.
Y así fue.
Pude entrar a verlo unos minutos, aunque inconsciente no se veía tan mal. Tomé
su mano tibia y por unos minutos lo disfruté, todo parecía un sueño, uno malo y
nada indicaba que iba a despertar. Pasada la medianoche mientras esperábamos
afuera, nos sorprendió un alboroto en la sala donde estaba papá. Alguien había
fallecido y me preguntaba quién podría ser tal desafortunado, hasta que un
desconocido que también esperaba noticias de algún familiar recluido me prodiga
una palmada en la espalda y me dice: Sentido pésame.
Me impactó tal hecho, mucho. Pero le devolví una sonrisa para decirle: -No
amigo, que equivocación. Mi papá está allí, debe tratarse de otra persona.
Mi esperanza no duró mucho, en segundos llamaron a los familiares de mi padre y
solo así supe que todo era cierto, no había un sueño fatal, ni una pesadilla
mal vivida, había llegado el momento de despedirme de mi héroe, del hombre que
intentó hacerme hombre y no pudo, más por mi terquedad que por sus habilidades,
mas por mi idiotez que por su perseverancia y más por mi inmadurez que por su
amor.
Y así regresamos a la casa sin él pero en su vehículo, para confirmar que ya
nada era igual. Todas sus cosas por todos lados. Cada quien a lo suyo y a
seguir. El llanto me asaltó explosivamente mientras golpeaba la mesa buscando
consuelo y la única voz que escuché fue la del entonces fiel esposo de mi hermana,
quien me dijo:
-Coño, el viejo se nos fue...cuñao.
Y así fue. A 28 años de esa noche, lo recuerdo. Gracias por leerme.
-Sheikong-
WoW, no tengo palabras, muy emotivo, mucha sensibilidad.
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