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martes, 20 de septiembre de 2022

EL VIEJO SE NOS FUE…CUÑAO -Caracas, 2022, Sheikong-

 


El mes de abril siempre ha sido complicado para mí. Aquella noche del veintiocho del año 94 se quedó en mi mente para siempre, grabada con la pluma del dolor y la poca sorpresa, dibujada a pulso con la tinta indeleble de los hechos juveniles. Llegaba yo de pasar el rato con los amigos, caminando por el aún interesante Boulevard de Sabana Grande con todas sus tiendas plagadas de gente y sus artesanos, con sus piezas labradas, pulseras, collares, pucas y el olor a incienso variando de un puesto a otro, de vainilla a rosas con miel y de pino a sándalo.

Estando a metros de mi edificio recuerdo la feroz pelea que protagonicé noches atrás, antagonizando con Walter, un vigilante de origen peruano que al verme llegar ebrio trató de impedir mi paso y no contento con eso, alzó su queja con la junta de condominio cual vieja chismosa.

Mientras me acercaba a subir los ocho escalones de la entrada, iba preparando el argumento para atacarlo, esta vez no se iba a librar tan fácil de mí y justo al entrar me voy contra el sin mediar palabra, pero algo en su rostro me detuvo, su tono de voz era otro e iba muy de acuerdo con su cara de espanto.

-A su papá se lo llevaron al hospital, se puso muy mal. Me pidieron que le dijera que pase por El Llanito, allí están desde temprano-Me habló como quien siente pena al dar un recado o como quien ve a un enemigo desgraciado-

Yo sabía muy bien de que me hablaba aquel hombre, odiado hasta hace unos segundos y portador de muy malas noticias ahora. Congelado por lo que esto significaba, solo atiné a agradecerle el gesto y le di la espalda, caminé unos cuantos pasos y me detuve a pensar.

A mi padre le habían diagnosticado cáncer hacía un par de años, un agotamiento inusitado había prendido las alarmas que lo llevaron a chequearse y a dar con el nefasto resultado. En pocos meses ya los químicos recorrían su cuerpo con la esperanza de erradicar el mal y poner orden a la anarquía de sus células. No dio resultado, así como todas las hierbas, macumbas y tratamientos que le aplicamos. Igual que la operación de fatuo resultado que solo agregó más dolor al dolor.

Siempre fue un hombre fuerte, de campo, alimentado con berros, leche fresca y todo aquello que la tierra le obsequiara, era mi héroe porque su brazos eran tan fuertes y formados como los de los superhéroes que admiraba en la televisión, tocaba el cuatro con virtuosismo, su caligrafía forjada en el seminario era una delicia al igual que sus conocimientos acerca de todo, era de esos que arreglaba todo y lo hacía bien.

Costaba creer que ahora era un reducto de ser humano, pesaba menos que un niño y su rostro era una calavera dibujada sobre el recuerdo de sus expresiones pasadas. Ya no comía, ni masticaba, su único alimento era agua a través de un gotero y el oxígeno que lo mantenía respirando, eso era todo lo que había.

Noches atrás me había pedido que me acercara hasta su rostro para poder escucharlo, el fétido olor que despedía impresionaba. Esa noche decidió despedirse de mí dejando claro que no era mi enemigo y que me amaba, algo que no me extrañó luego de vivir enfrentados desde mi estúpida adolescencia. Y me pidió un extraño favor: Deseaba poder comerse una arepa, cosa que la inflamación interna le impedía por lo que quiso verme comiéndome dicho platillo criollo, quería que lo hiciera con gusto, como si él fuese el comensal. Fue la cena más amarga de mi vida, sentado en la vieja mesa, a cada mordisco se me iba el ánimo y una que otra lágrima se me escapó para rodar por mi cara.

Con tantos recuerdos atrapados en mi mente y su consecuente dolor entre pecho y espalda, llegué al hospital para pronto reunirme con mi pequeña familia. Me contaron cuánto costó conseguirle una cama, la sala de emergencias estaba abarrotada y mi madre en su desesperación utilizó un último recurso: Arrodillarse frente a un médico para pedir que falleciera con algo de dignidad. Y así fue.

Pude entrar a verlo unos minutos, aunque inconsciente no se veía tan mal. Tomé su mano tibia y por unos minutos lo disfruté, todo parecía un sueño, uno malo y nada indicaba que iba a despertar. Pasada la medianoche mientras esperábamos afuera, nos sorprendió un alboroto en la sala donde estaba papá. Alguien había fallecido y me preguntaba quién podría ser tal desafortunado, hasta que un desconocido que también esperaba noticias de algún familiar recluido me prodiga una palmada en la espalda y me dice: Sentido pésame.

Me impactó tal hecho, mucho. Pero le devolví una sonrisa para decirle: -No amigo, que equivocación. Mi papá está allí, debe tratarse de otra persona.

Mi esperanza no duró mucho, en segundos llamaron a los familiares de mi padre y solo así supe que todo era cierto, no había un sueño fatal, ni una pesadilla mal vivida, había llegado el momento de despedirme de mi héroe, del hombre que intentó hacerme hombre y no pudo, más por mi terquedad que por sus habilidades, mas por mi idiotez que por su perseverancia y más por mi inmadurez que por su amor.

Y así regresamos a la casa sin él pero en su vehículo, para confirmar que ya nada era igual. Todas sus cosas por todos lados. Cada quien a lo suyo y a seguir. El llanto me asaltó explosivamente mientras golpeaba la mesa buscando consuelo y la única voz que escuché fue la del entonces fiel esposo de mi hermana, quien me dijo:

-Coño, el viejo se nos fue...cuñao.

Y así fue. A 28 años de esa noche, lo recuerdo. Gracias por leerme.

-Sheikong-


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