Ayer cumplí años. Pasé un año evitando este día,
imaginándome mil maneras de pasarlo triste, dolido y amargado. Todos esos días
me proyecté bajo la lluvia, con mis lágrimas mezclándose y siendo parte
inevitable de los charcos. Eran películas de bajo presupuesto que habitaron en
mi mente por más de diez meses con un par de protagonistas estelares: La
nostalgia y yo.
Y llegó el día, pero fue muy diferente a lo esperado, toda
aquella tragedia plagada de autocompasión, vergüenza y dolor nunca llegó. Quizá
venía siendo atajada por esos seres invisibles que aparecen y desaparecen
cuidandonos muchas veces evitando nuestros desastres más notables, por decir
algo.
El día comenzó extrañamente tranquilo, sin pesares, ni
recuerdos confusos de pesadillas de madrugada, abrí los ojos y dí gracias a
Dios por mi vida y pedí por el día que tenía por delante. Extrañamente no me
dolía el cuerpo, no me asaltó la pesadumbre de todas las cagadas de los últimos
tres años. No estaban.
Me di una ducha tan fría que me recordó aquella en Santa
Cruz de Mora, de esas que no solo te despiertan sino que te dejan tan alerta
y fresco que enfrentarías al demonio
mismo y no sudarías nunca. Y el día seguía tranquilo. Estuve muy pendiente de
mis emociones y solo se presentaron las
agradables, las queridas, las invitadas al baile. Por más que me asomé y
vigilé, nunca se presentaron las indeseadas e innombrables. Las feas con mal
aliento.
Y aunque estuve a punto de inventar una reunión con amigos y
que felizmente no se dió, mi rarisimo estado de tranquilidad se mantuvo firme,
jamás llegó la tormenta ni los rayos y centellas, mucho menos ese granizo de
culpa tibia que tanto daño me ha hecho oprimiendo mi pecho hasta dejarme
inmóvil.
Ni al mediodía cuando todos los años del cuatro de octubre se
presenta un recuerdo familiar cargado de horror, fui perturbado. Más bien me
consiguió en una alegre diligencia, de esas que dan gusto y te hacen correr.
Pero debo hacer honor a la verdad: Quienes amortiguaron el
golpe del cuatro de octubre fueron mis nuevos amigos, ellos venían aguantando
coletazos para que este día fuese lo que en efecto viví: uno pacífico,
tranquilo y sin culpas. Uno bonito, de soniditos alegres y mensajes amables.
Uno que se llenó de deseos de otros amigos, conocidos y extraños. Uno que me
agradó.
Los viejos amigos son como uno: Roñosos, quejones y hasta
ermitaños, por eso solo acuden cuando ya todo está perdido, solo una genuina
urgencia los saca de sus cuevas.
Mientras que los nuevos se maravillan por todo, son como niños descubriendo
mundos, cómo cachorros que juegan en un patio sin idea del tiempo y sus
consecuencias. Así son, así los veo, quieren hacer de todo al mismo tiempo.
Mis nuevos amigos son personas diferentes para mí, frescos,
llenos de vida y sueños, aunque también grandes preocupaciones y retos que
paralizan a cualquiera. Verlos luchar me anima a lo propio, verlos reír a mi
alrededor me disfraza de viejo árbol que aún da sombra. Y ellos no lo saben,
pero fueron usados por la providencia o el universo para salvarme de mi mismo y
mi acostumbrada autodestrucción programada. Nunca lo sabrán pero fueron la
diferencia en este cuatro de octubre.
Fueron lluvia fresca y verdor que anima, fueron ese viaje
inesperado que no quieres que culmine, fueron ese bálsamo que suaviza y esa
risa que calma, fueron ese consejo a destiempo pero que mucho vale. Fueron
mucho y fueron todo. Fueron amor y gracia. Ayer fueron.
Doy gracias por ellos, alocados, gritones, inventores y muy
humanos por todo el amor que derraman en mi vida. No me queda sino honrarlos
con fidelidad y amarlos hasta que sean viejos amigos y solo salgan en mi
auxilio en medio de una urgencia real.
Uno sobrevive gracias a ellos. Ayer recordaba alguien que en mis 50 años le gané la batalla a gripes, fiebres, malaria,
paludismo, guerrilla, dengue, chinkunguya, H1N1, pandemia y hasta al hampa
común. Ahora entiendo que no lo hice
solo, ellos me trajeron hasta aquí, muchos ya no están y otros vienen llegando
apenas, bienvenidos todos.
Gracias por mis nuevos amigos. Quiero que estén.
Luis Chacón (Sheikong)
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