Una joven pareja se ha venido a menos económicamente, se desesperan y piden ayuda a unos familiares para poder vivir en su casa mientras salen adelante. Pronto sus hijos descuben el horror, la indolencia y el maltrato por su condición, verán que la vida en esa casa no es lo que ellos esperaban y sumado a eso unos extraños seres se encargarán de convertir su experiencia en algo inolvidable.
CAP.1 / ACERCA DE LOS MONSTRUOS
No me
canso de repetir que el hogar materno es de vital importancia, no sólo por los
recuerdos pueriles o por aquello con lo cual crecimos, como nuestro viejo cuarto,
los juguetes infantiles o los sitios secretos donde nacían los juegos y las travesuras, sino por todos los
monstruos que dejamos atrás. Si, los
monstruos eran y son tan reales como tú y como yo. Aún están allí están esperando que regresemos
para lamernos la cara igual que cuando éramos niños. Algunos permanecen escondidos en los armarios
y otros en los rincones oscuros o debajo de la cama. Ninguno fue capaz de venir voluntariamente con nosotros a vivir estas formas adultas de cordura, rutina,
compromisos laborales y familiares.
Y así es
mucho mejor, no logro imaginarlos conviviendo entre nosotros, he sabido de muy buena fuente que quienes los
han traído obligados a nuestras nuevas y adultas vidas no han logrado
contenerlos en sí mismos y han pasado de padres abnegados y ejemplares a
convertirse en asesinos seriales o psicópatas locales con hábitos tan
asquerosos que harían vomitar al más avezado.
Así de grave es y siempre ha sido así. En nuestro mundo hay situaciones
que no varían, ésta es sólo una de ellas.
Los
monstruos no son ni de cerca la imagen que nos han vendido los comerciantes y
cinematógrafos, no son coloridos, ni felpudos, no poseen un sentido del humor
activo y tampoco hablan idiomas como el sajón o el inglés moderno, su comunicación
se basa en muy pocas señas, con sus acciones te indican lo que desean y cuáles
serán sus pasos para lograrlo. Su piel
es gris y muy áspera con apenas unos cuantos vellos cortos que les dan un
aspecto enfermizo que naturalmente te impacta al primer encuentro. No son muy altos pero si son fornidos, tienen
un par de piernas y brazos como nosotros y en eso somos muy parecidos. Nunca logré ver el color de sus ojos aunque advertí
que no me perdían de vista, los pliegues que caen por su rostro hacen muy
difícil poder definirlos y tienen un olor ferroso muy peculiar, como a orín que
por cierto se torna muy intenso en algunos momentos, siempre quise saber por
qué.
El que
habitaba en mi habitación era muy pequeño y taciturno, a lo sumo mediría unas
diez pulgadas de alto, nunca le escuche voz alguna pero sí emitía un sonido
gutural ronco y tronaba sus dientes muy inquietamente, curiosamente se cubría
con retazos de tela vieja, de esa que seguramente se iba extraviando con los
años, justo esa que dejábamos de buscar y también portaba varias tiras rasgadas
alrededor de su cuerpo y sus patas. Puedo
asegurar que se sentía más seguro cubriéndose entre las sombras de la noche, lo que definía sus comportamientos nocturnos. Desplazarse
muy rápido en mi cuarto era su especialidad, podía sentir que se movía dentro
del armario y al instante tenerlo al pie de mi cama observándome. Aunque
tuvimos varios encuentros a la luz del día no era su costumbre ni un hábito
particular dejarse ver a la luz.
A los
monstruos no hay que temerles en ninguna forma porque nos pertenecen, quizá los
creamos o han acompañado a nuestra cultura desde la antigüedad, han estado allí para protegernos como testigos
silenciosos de nuestro paso. Sólo una
cosa hay que hacer y en esto quiero ser muy firme para evitar conductas
inapropiadas: Hay que acostumbrarse a su presencia cuando se dejan ver. Me refiero a no resistirse y a no agregar
drama o emociones descontroladas al primer avistamiento.
Su actividad aumentaba de noche igual que la mía y en eso fuimos muy parecidos, de allí tantas coincidencias afortunadas que me convirtieron en lo que soy ahora, no todos pueden relatar encuentros fantásticos con criaturas diferentes a nosotros y pocos sobreviven a algo así por falta de equilibrio, por no saber dominarse. Siempre tuve la precaución de registrar en un cuaderno viejo muchos de sus hábitos y recordar algunos detalles que los hacen tan particulares: Las horas de los encuentros, las cosas tan curiosas que hacían y todas las veces que solo se quedaban a mirar, si, solo a mirar. Eso hacían en ocasiones y por más que tratara de ahuyentarlos o ignorarlos, se quedaban. ¿Que observaban tan fijamente? No lo sé aún, su vista se clavaba en nuestra humanidad y no había forma de distraerlos.
CONTINUARÁ
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