BENDITAS CORNETAS (Sheikong, CCS, 2023) Relato Corto / Short Text
Cornetas, benditas cornetas. Bocinas le dicen en los países del sur, así como claxon y seguramente otros nombres que intentan suavizar su efecto devastador. Bajo el remoquete que resulte, son imposibles de soportar. Mi llegada a esta urbanización obedece a hechos fortuitos que no aportan a la historia. Vivo a escasos cien metros de la avenida principal, donde las noches resultan una gozada eterna de buen clima y quietud.
A medida que muere la noche y nace la madrugada aparecen los primeros y centelleantes "pitidos" de estos odiosos artefactos. Con las calles bañadas por las luces y completamente vacías en todos sus canales, resulta innecesario darles uso y aun así van asomándose a cuentagotas, tímidas a esta hora. Ellas calibran el temple del día al compás de sus estresantes sonidos.
Mis vecinos las activan desde muy temprano mientras movilizan sus autos envueltos en correderas y olvidos repentinos de última hora. Noto a diario como las alarmas de seguridad suenan de forma espantosa cuando son desactivadas por sus dueños despertando a media humanidad. Todo ese abanico de sonidos se cuela en mi mente y me causa tormentos indecibles que son ignorados por todos. Es suficiente la soledad llena de recuerdos gratos e ingratos, indecisiones y malas escogencias sobre todo, lo que pudo haber sido y no fue, aunque ya no importa y forme parte de mi universo privado de "pajaritos preñados" si lo defino coloquialmente.
Son años viviendo las angustias de las cornetas, benditas cornetas, de imaginarme soluciones y situaciones, pero la realidad es otra muy diferente a mis sueños. Después de cavilar por meses maldiciendo estas máquinas diabólicas indeseables e insoportables, he ideado un plan que no me importa ejecutar: Sabotear los autos, quizá así dejen de usarlos y opten por caminar o volver a las bicicletas, cuyas cornetas son un recuerdo pueril muy agradable, para mí, sé que tonto suena, pero no tengo nada que perder, a mi edad muy poco que perder, muy poco.
Con toda la seriedad del caso y tomando mis previsiones, me dediqué un par de semanas a desinflar neumáticos. Serpenteando entre los vehículos durante las tempranas horas de la madrugada y cuidándome de no ser visto, ni notado coloqué viejos clavos de acero perfectamente dispuestos para destrozar sus neumáticos, cambié de posición sus espejos retrovisores, ensucié parabrisas con una mezcla de clara de huevo y hasta coloqué plátanos y pepinos atorándolos en las bocas de los tubos de escape, aunque confieso que ya estaba rayando en lo subversivo, pero me encantaban mis nóveles acciones delictivas, me sentí vivo, me sentí.
Nada de lo anterior surtió el efecto deseado, los autos y las cornetas permanecían galopando en mis noches y horas de sueño, su canto tempranero no se detuvo siquiera un poco. Sólo causé quejas entre algunos vecinos quienes nunca sospecharon que un viejo de ochenta años era el causante de tales “desmadres”, más bien se ensañaron particularmente contra un par de hermanos rebeldes y de mala fama del piso contiguo, confieso que lo lamento por ellos pero nunca diré la verdad, no me la sacarán tan fácil.
Dado el fracaso o la poca relevancia de mis acciones, pasé a ejecutar mi siguiente plan, un poco más radical pero genuinamente notorio: Todas las mañanas bajé desnudo a caminar entre los autos del sótano buscando espantar a todos y a obligarlos a mudarse cuanto antes ante mi falta de pudor y repertorios de conducta socialmente aceptados. Mi desnudez es algo vergonzosa, pliegues y más pliegues de tejidos adiposos blancos y rosados, como de cerdo crudo, así soy. Algunos ciertamente me ignoraban con dificultad, otros me pedían decencia mientras cubrían los ojos curiosos de sus hijos y hasta algunos me tomaron fotos. Muy pocos se rieron, algo me decía que esta estrategia daría sus frutos.
Excepto que no duró mucho mi aventura nudista, en dos días las autoridades locales tocaron a mi puerta con una amonestación preventiva. Aunque mi edad me protegía, aproveché la ocasión para exponer mi denuncia basado en contaminación sonora, ante lo cual solo recibí un "Así son las cosas anciano, nada podemos hacer".
Decepcionado, volví a la
quietud de mi hogar. Regresaron las
horas inválidas, las de preparar café y aceptar los hechos, las que te dicen
mucho y te dicen nada, esas que avanzan lento, que te observan, que te juzgan. Así transcurrieron unos días más, cuando mi
timbré sonó tímidamente quebrando el silencio, me apresuré como pude a abrir y
a contestar groseramente a cualquiera que viniese a quejarse de mi conducta,
pero no, encontré en la puerta a la criatura más dulce que había visto en años,
una jovencita pelirroja, muy bien combinada con unos shorts cortos de cuadros
blancos y negros, un sobretodo, blusa a rayas y un gorro de esos tejidos por
los inmigrantes sureños. Me extrañó que usara bastón y lentes oscuros, asumí su
ceguera de inmediato.
- ¿Es usted el Señor Aníbal?
- Si...soy yo... ¿Quién
pregunta?
- Soy Cindy, su vecina del piso
cinco, mucho gusto...de verdad quería conocerlo...
- Señorita si es por las
molestias que causé...
- No, para nada. Al contrario,
es una leyenda acá entre los vecinos y vine a hacerle una propuesta…algo
interesante, al menos para mí.
- ¿Propuesta? ¿A mí? ¡Estoy
decrépito! ¿Que podría interesarle?
- ¿Puedo pasar? No me gustaría
conversar acá, las paredes oyen y los pasillos vigilan
- Si, como no... Que mala
educación la mía.
La hice pasar y sentar en el
sillón del gato donde combinaba perfecto, como de fotografía. Le ofrecí una
infusión mientras conversábamos de las cornetas, alarmas y otros ruidos
molestos de la zona, resultó un ser encantador y amable, de hablar cuidadoso
pero firme, me tomé a libertad de observarla muy bien desde todo ángulo,
aprovechando la situación.
Y todo iba maravillosamente
bien, hasta que me preguntó con naturalidad:
- ¿Le puedo tocar las bolas?
- ¿Perdón? Creo no haberle
entendido...
- ¿Que si le puedo tocar las
bolas?
- Sigo sin entender señorita,
es una extraña petición
- Le explico, soy artista
conceptual y dada su disposición a exhibirse me pareció una idea genial convencerlo
de hacer algunos moldes y crear a partir de allí, cosas mías.
- La verdad no sé qué responderle...
- Mi trabajo consiste en moldes
de rostros, manos, pies...pero su historia de rebeldía me pareció fascinante, el
enfrentamiento de un hombre desnudo contra todos, un hombre con bolas…no
cualquier par de bolas, unas grandes y bien puestas, mejor utilizadas diría
yo. Mi curiosidad por usted es tal, que tengo
la obsesión de hacerle un molde, quizá pintarlas en amarillo y negro…usted
sabe, colores de advertencia vial, no sé, vienen tantas ideas a mi mente,
tantas. Sólo que debo palparlas, así
sabré si son lo que busco.
- ¿Debo lavarlas…verdad?
- No hace falta, será sólo un
momento... ¿Puedo?
- Bueno...si... ¿Pero cómo lo
hacemos? ¿Eres mayor de edad?
- Sólo acérquese hasta donde lo
pueda alcanzar, por favor.
Caminé un par de pasos hasta
quedar a la altura de su cara mientras ella esperaba con una dibujada sonrisa.
Bajé con muchísima vergüenza mis destrozados "boxers", tarea fácil pues la liga hace años dejó de ser
lo que era.
- Listo Cindy...acá
están...disculpe lo malo por favor.
La chica levanto ambos brazos y
con sus manos palpó un poco alrededor de las piernas para luego ubicarse muy
bien. Con delicadeza que nunca conocí, esta niña comenzó a tocarme las bolas centímetro
a centímetro, por debajo, por los lados, como caricias tempranas. A ratos las apretaba y a ratos soltaba, por
minutos se dedicó a hacer caminitos con sus dedos entre otras raras acciones.
Me sorprendió al tomarse la libertad de levantarme el falo lastroso para seguir
tocando, supongo que con alguna razón artística. Fueron apenas unos instantes,
unos muy incómodos minutos, hasta que retiró sus blancas, delicadas y muy
lindas manos.
- ¿Que le parecieron? Son solo
unas bolas...
- No. Son muy hermosas, grandes
y serán un hermoso molde en mi colección...definitivamente tengo que tenerlas.
- Gracias...nunca me habían
dicho algo así...
- Lo sé, muy pocas personas
aprecian la belleza de estos miembros, y éste resulta muy atractivo para
crear...sólo debe afeitarlas el día que hagamos el molde por favor, afeitarlas
muy bien...no quisiera complicaciones...gajes del oficio.
- Bueno…pues así será...no
tengo inconveniente...
- Me recuerda usted a mi padre, por un minuto creí estar a su lado. ¿Sabe? Volví a mi juventud mientras sostenía
sus bolas, gracias a las benditas cornetas pude llegar a usted.
- ¿A su padre? Cada vez entiendo menos Cindy.
- Le convertiré una larga historia en un cuento corto: Soy hija única, mi madre falleció siendo yo una niña, quedando al cuidado de mi padre fui sobreprotegida por años, hasta que supimos que él también estaba por irse, así que estrechamos nuestra relación en todo sentido y mi condición era una carga muy pesada para él, temía por mí y por mi futuro. Hacíamos todo juntos, todo el tiempo y a toda hora y entre sus explicaciones poco ortodoxas, me enseño lo que era un hombre.
Me habló por meses de lo bestial que puede ser un macho como también lo angelical y protector, me ilustró todas las caras posibles. Y al llegar al punto físico no dejo pasar el palpar a un verdadero hombre, no sólo su barba, su cara arruinada, su pecho envuelto en el pelambre de la edad así como su abdomen hermoso. Un día llegamos a sus bolas y me enamoré, eran tibias, grandes, velludas, pesadas, apenas cabían en mis manos.
A partir de ese
momento y todas las noches antes de conciliar el sueño, acariciaba esas
añoradas bolas y resultó ser la única forma que hallé para dormir y descansar
sabiendo que mi padre estaba por irse y debía enfrentarme al mundo, sólo su calidez me transmitía calma. Extraño muchísimo
esos momentos Señor Aníbal, no sabe cuánto.
- Caramba niña, que relato… ¿Y era normal eso que ustedes hacían?
- Nada de perverso había en ello.
Amé a mi padre y sé que el hizo todo lo que pudo con el poco tiempo que
le restaba para describirme al único animal al que debía temerle.
- Entiendo Cindy… Nunca se me hubiese ocurrido algo así.
- No le he dado las gracias Aníbal, en minutos ganamos la confianza que
tardé años en forjar con mi padre. Estoy
muy agradecida, fue un gusto tener sus bolas en mis manos, gracias.
- Están a su orden jovencita, no sé qué más decir…pero si un día no logra
conciliar el sueño, pues por acá estaré…y bueno…
- Genial, pero no. Debo irme Aníbal, muchas gracias por su
colaboración, creo que nos irá muy bien con el molde.
- Sí, creo Cindy...
La chica se levantó del viejo
sillón, bebió un último sorbo de la infusión, colocó la taza correctamente
sobre el platico y se dirigió a la puerta sin tropiezos, como si gozara de la
vista. Por mi parte, me apresuré a abrirle la ruidosa y vieja puerta, cuando se
me ocurrió la pregunta que cambiaría mi vida de nuevo:
- Estoy pensando… ¿Y cuánto me
vas a pagar por esto?
Ella estaba a unos tres pasos enrumbada
fuera de mi apartamento, al escuchar mi pregunta se detuvo unos segundos
mientras movía la cabeza en señal de negación y sin voltear la cara, me dijo:
- Igual que todos, abusas de tu
buena suerte. Feliz día Aníbal. Gusto en conocerte.
Así desapareció en el fondo del
oscuro pasillo, la observé hasta que se perdió en las sombras y tomó la
escalera auxiliar.
Ese día me quedé pensando en el
extraño episodio, la verdad no logré comprender lo que sucedió ni porque lo
arruiné todo con una pregunta tan vana.
Hay frases que arruinan todo,
hay comentarios que asesinan las oportunidades, hay decisiones estúpidas que
acaban con las propuestas más insólitas, esas que sólo una vez se te cruzan en
el camino. Esas.
Por cierto, no la volví a ver y nadie supo darme razón de tal chica con esas cualidades, como si no existiera. Por mi parte sigo soportando el sonido de las cornetas arruinando mis noches de descanso y atormentando el alba. Continúa siendo odioso. Y yo continúo odiándome.
FIN
Excelente relato como siempre, demasiada imaginación, saludos y sigue adelante
ResponderEliminarinteresante, entretenido y divertido, excelente..
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