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martes, 12 de abril de 2022

LA PATRONA By Sheikong (Caracas 2022)



Mi nombre es Almira León y soy mulata, fui arrancada del seno de mi familia en 1740 o más bien obsequiada, eran los días de la hambruna del lado sur y la prosperidad de unos pocos descendientes de conquistadores en el centro norte de la Venezuela colonial. Las familias acaudaladas enviaban al capataz a recorrer los campos buscando niñas que trabajaran dentro de sus casonas. Así  fue como arribé a Sartenejas, en las afueras de la ciudad de Caracas, en unos pocos años me convirtieron en una suerte de servicio utilitario, pero debido a mis destrezas la Señora María Francelina Martínez de Villegas ordenó que le sirviera en forma exclusiva. Decidí llamarla La Patrona.

He acompañado a La Patrona por espacio de sesenta años, nadie la conoció tanto como yo. La vi reír muy poco, pero si la vi llorar por largos períodos especialmente por ser la única mujer al frente de litigios, compras y venta de tierras, lo que le trajo no pocos detractores y contendores luego de la implementación del sistema de ocupaciones. Fue una mujer dura y resistente a los cambios de las épocas, nada permeable y muy iracunda con quienes tenían el atrevimiento de contradecirle, incluso yo recibí una dosis de su carácter el día de su alianza matrimonial con el acaudalado Señor Antonio de Ponte, cuando me obligó a permanecer a su lado durante sus actos íntimos, cosa con la que su esposo no estuvo de acuerdo y mucho menos yo, pero su obstinación llegó a tal grado esa noche que llevó a su señor a elegir entre tenerme a su lado tomándole la mano mientras copulaban o debía abandonar toda pretensión sobre sus tierras. El hombre accedió a regañadientes y sólo entonces fui la acompañante de la pareja durante su noche inicial y todas las siguientes.

Los cambios trajeron violencia y la violencia lo transforma todo, así que el señor de Ponte no duró mucho tiempo al frente del mayorazgo pues un bala perdida le cegó la vida al asomarse por el balcón principal en medio de una reyerta de esclavos por el insólito control de las barracas, hay que decir que no fue el único varón de la familia caído en esos tumultuosos años.

Así fue como la familia disminuyó progresivamente y el clima de tensión nunca retrocedió, al no tener descendencia directa, sus acomodados sobrinos intentaron perpetuarse en el mayorazgo a cambio de una gran participación, pero La Patrona no lo vio como un sacrificio de parentesco y solo les ofreció tener una parte si lograban la prosperidad de las tierras y el fin de las hostilidades en la región, como era de esperarse cada uno fue renunciando para viajar al sur, donde no solo carecían de enfrentamientos sino que ahora la prosperidad y las comodidades reposaban sobre esos lares.

La Patrona me convirtió en custodia de las llaves de la casona y por tanto, todo cuanto sucedía debía ser filtrado a través de mí. Los banquetes de costumbre y las visitas fueron disminuyendo a la par del avance la incipiente emancipación, ya no era seguro moverse por estos caminos, lo que nos sumó otro inconveniente: No contábamos con cuadrillas para recoger y trasladar las cosechas, lo que ocasionó la pérdida de las mismas, así como no pudimos renovar el personal de servicio de la casona y en menos de quince años sólo éramos un par de viejas solas penando en la gran casa del norte.

Los rebelados –Así les decían por entonces– Llegaron a las tierras de La Patrona para tomar posesión de todos los recursos y bienes, ella haciendo gala de su carácter nos brindó ese día una lección de diplomacia férrea desde su silla de ruedas negociando con unos hombres hambrientos, sudados y violentos. Ahora podían hacer lo que quisieran con todo excepto con la casona y con nosotras.  Así se cumplió, aunque no estábamos exentas de ser testigos de cuanta violación a sus propias mujeres cometían y era igualmente común verlos frotar sus miembros viriles desnudos contra los vidrios de las ventanas de la gran sala, solo para molestarnos. La Patrona me ordenaba observarlos con la seguridad de que se avergonzarían y desistirían, lo que sucedía muy poco. En los vidrios permanecían las manchas de sus líquidos seminales, eran como bestias sin control.

Los pocos alimentos que ingeríamos los negociaba La Patrona con Mario Ayembe, el líder de los invasores locales quien sólo por presionarnos, cada vez enviaba menos vegetales en la cesta y nada de proteínas.  Las noches se hacían eternas, sin luz y sufriendo un calor insoportable. Resultaba una tortura escuchar su cantos, gritos y aullidos provocados por la ingesta de alcohol y la práctica de rituales, supongo.

La tensión aumentó. La comida y el agua escasearon. No podíamos permanecer sitiadas, nuestros elegantes vestidos ya no podían disimular el hedor de nuestros cuerpos y nuestras fuerzas flaqueaban. En contra de mi voluntad, La Patrona negoció una vez más con Ayembe para que me dejase atravesar la otrora plantación y poder huir por el río abajo hasta llegar al puerto y embarcar al sur, donde tendría mejor vida. Y así fue, después de tantos años al lado de ella, nos separamos. No se despidió. Permaneció silente frente a la ventana principal y no hubo discurso, ni agradecimiento. No hubo nada.

Así conseguí mi nuevo destino: Luego de seis días caminando fui rescatada por un regimiento que necesitaba cocinera, mis habilidades y modales estaban muy por encima, pero accedí con la única condición de que un vigía me entregara razón de La Patrona y su destino. Lo cual supe semanas después: Fue brutalmente asesinada luego de mi escape, la casa fue saqueada y posteriormente quemada.  Ayembe y su gente huyeron, no volvieron a ser vistos, se cree que fueron ajusticiados pues nunca pertenecieron a la revuelta que pretendía acabar con el sistema de esclavos.

Ha pasado el tiempo, corre el año 1812 y hace dos que prohibieron la introducción de esclavos al país, quizá un día logren abolir la esclavitud. Por mi parte aún recuerdo a La Patrona, curiosamente por las noches frías creo sentir el calor de sus manos, eso me reconforta y me obliga a encarar lo poco que resta de mi futuro, dejando atrás todo lo que significó mi largo pasado.

“Almira León no pudo disfrutar de la libertad plena por decreto. La abolición se hizo efectiva en el año 1854. Por espacio de 44 años adicionales los hacendados se negaron a dar la libertad a sus esclavos o a entregarlos sin remuneración –Entre ellos la familia Bolívar–, ya que consideraban que éstos eran de su propiedad como inversión y debían permanecer en las haciendas, en cadenas. Así éramos y quizá así somos aún.”

FIN

9 comentarios:

  1. Me sumergí en la lectura de este relato, no podía dejar de leer, de verdad te atrapa, debo felicitarte una vez más, la verdad no dejas de sorprenderme,

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  2. en cada linea de esta historia la imagine, excelente Luis

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  3. Es Mónica. Woao,me gustó mucho!Es ficción pero refleja una cruel realidad para todos,no sólo para las mujeres.

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  4. Eres increible! Gráfico hasta cuando escribes! Bravo!

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  5. Excelente, me encantó, te mantiene atrapado hasta el final...

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  6. Una cruel realidad, muy interesante está lectura.

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