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viernes, 14 de enero de 2022

Capítulo 9 / LA AVENA DEL BURDEL

 


LA MUERTE EN EL ESPEJO -By Sheikong- (Caracas, 2021)

Después de abandonar el olvidado pueblo donde creció para vivir en la moderna capital, Martín recibe una agria noticia y debe retornar para encargarse del entierro de su madre, único familiar cercano que tenía y al volver descubre que el sitio no era lo que él pensaba al desencadenarse una serie de extraños eventos que lo involucran y que harán de su estadía una odisea densa y asfixiante plagada de incoherencias.

Capítulo 9 / LA AVENA DEL BURDEL

Estoy muy asustado y asombrado, nunca pensé que algo así sería posible.  En medio del susto y como pude salí de ese cuarto, a tropezones diría yo y no se a donde fue a parar la vela, se me cayó seguramente cuando caí sobre la caja, afortunadamente la llave estaba en la cerradura y me aseguré de pasarla, no sé qué rayos sucede en ese cuarto pero no me gusta nada, lo que allí se manifiesta no puede ser normal, no puede ser de Dios y no es un espejo de circo, juraría que vi una figura humana moviéndose hacia mí, todavía me cuesta creer lo que vi, mi corazón sigue palpitando tan fuerte que podría volar en pedazos.

Voy a buscar a Regalo en la mañana, es la única persona que podría tener respuestas aunque si lo pienso dos veces, acá todos tienen alguna historia con mi madre y muy posiblemente con ese espejo maldito. Lo que sea que esté sucediendo en este pueblo me lo van a tener que explicar, me fui muy joven pero no tanto como para no darme cuenta de algunas cosas, ¿En estos quince años que pudo haber sucedido acá? ¿Qué es lo que tanto ocultan? ¿Por qué tanto interés sobre ese espejo, el cuarto, el sobre y las llaves? ¡A mí no me van a joder estos campesinos!

Amanecí dormido en una de las sillas de la sala, una grande tipo mecedora de madera vieja que mamá utilizaba para descansar los domingos mientras sacaba las piedras de las caraotas y miraba quien pasaba por el camino, frente a la casa. Allí mismo me quedé dormido, justamente muy rendido por el día tan agitado y por la mala experiencia del cuarto cerrado. Me duele el cuerpo, siento los pies hinchados y la cintura la tengo muy maltratada por las barras del espaldar de la vieja mecedora. La luz del sol entra sin pedir permiso por las ventanas que dan hacia el frente, evidencian la gran cantidad de polvo que recubre todo, una suave brisa mueve las cortinas y acaricia mi cara con tal suavidad que simula las manos de mi madre.

No tengo tiempo que perder, aunque me cuesta muchísimo hacerlo, me incorporo, lavo mi cara con un poco de agua reposada que encontré en la parte de atrás junto a la batea y después de cambiar de camisa me dispongo a salir, tengo mucha hambre pero igual acá no hay nada de alimentos que yo sepa. Salgo como alma que lleva el diablo hacia la plaza central, allí debo encontrar alguien que me lleve hasta la casa de Regalo, no debe ser muy difícil encontrar un burdel en un pueblucho pequeño como este.

En la vía voy topándome con algunos lugareños que no disimulan su curiosidad acerca de mí y sin ningún tipo de educación, clavan sus miradas en mis fachas, botas puntiagudas, pantalón ceñido, camisa blanca ancha y el cabello negro por los hombros no se debe ver muy a menudo por estos empedrados, algunas niñas se ríen al verme y me señalan la gran cantidad de pulseras tribales que uso en ambas muñecas, para esta gente debo ser un extraño amanerado, un citadino tonto que solo sabe meterse en líos o quién sabe si manejan mucha más información que yo, me sorprenderían.

Al llegar a la plaza me encuentro con la escenas cotidianas propias de esta hora tan temprana, darán las siete cuando mucho, vendedores de avena caliente ofreciendo sus desayunos, algunos niños jugando sobre las rumas de hojas secas que un par de mujeres tratan de barrer, un grupo de hombres con chaquetas gruesas, botas y sombreros conversan afablemente en los escalones a un lado de la puerta del templo y varios burros y caballos terminan de pintar la fría vista de la plaza, están aparcados uno al lado del otro como si tuvieran un orden. ¿O si lo tienen?

A paso lento me acerco al vendedor de avena, el humo emana de la gran olla plateada y pierde la pelea contra el duro frío de esta hora, no me había fijado pero esta parte del pueblo me parece mucho más bonita que en mi infancia, acá jugué muchas veces y mi madre me traía los sábados mientras hacía algunas compras. Recuerdo los almacenes pequeños y las bodegas de la calle de enfrente, allí esperaba yo que mamá se desocupara mientras veía pasar a la gente. Hoy no hay ni almacenes, ni bodegas ni tanta gente, es vago lo que recuerdo aún pero de a poco se agolpan las imágenes en mi mente.

-¡Señor buenos días! ¿Cómo está usted? ¿Me podrá indicar dónde puedo encontrar a las cuatro grandes o a Regalo? –Le pregunto cordialmente al ocupado hombre mientras atiende a sus clientes–

–¿No le parece muy temprano joven? ¿O acaso las ganas yo lo traen desamarrao? –Me contesta en forma muy seca y sin mirarme a la cara–

–¡Ah no! ¡No señor! ¡Perdón! ¡Tiene usted razón en pensar eso! –Le digo muy apenado– Pero no es para lo que usted cree, solo busco la dirección para que me ayuden con algo…

–Joven, todos lo que buscan el burdel necesitan ayuda con algo ¿No le parece?

–De nuevo estimado Señor, no ando buscando afecto, estoy muy seguro de mí mismo en ese aspecto…créame.

–¡Ah Dios carajo! ¿Afecto? ¡De ahí lo que puede sacar son pulgas! –Gritó el hombre mientras se carcajeaba–

–¿Me va poder ayudar Señor?

–¡Nicolasa! ¡Nicolasa!–Gritó aún más fuerte– ¡Ven para que hagas una diligencia niña!

Asombrado veo acercarse a una niña de unos nueve años quizá hasta nosotros, estaba en el grupo de niños que desordenaban las hojas, llegó corriendo y muy feliz de saberse útil, creo yo.

–¡Lleva al joven a casa de Doña Mirla! ¡Donde vive Regalito! ¡Y te me vienes inmediatamente…no te quiero por ahí! ¿Lo entendiste niña?

–Si papá, él va para el burdel ¿Cómo no voy a entender?–Le contestó la niña totalmente desenvuelta–

Anoche no salía de mi asombro pero ahora no salgo de la vergüenza, una niña me va a llevar al burdel de Las Cuatro Grandes, justo lo que me faltaba.

–Me llamo Nicolasa pero me dicen Nico, ¿Suena más corto verdad? ¿Cómo te llamas tú?–Me dice la niña mientras toma mi mano en forma cariñosa y empieza a caminar–

–Hola Nico, me llamo Martín…gracias por ayudarme, pero si quieres solo me dices por donde es y yo llego hasta allá, no te quiero distraer…vi que juegas con tus amigos ¿No?–Le dije luego de caminar por un par de estrechas calles–

–No son mis amigos, son un montón de estúpidos. Los niños son estúpidos, se burlan de mí y me dicen que cuando sea grande voy a vivir en el burdel.

–¿Te dicen eso? ¡Que crueles! ¡Diles que si tú vas a vivir en el burdel, pues a ellos les va a ir peor porque van a ser tus clientes!

–Eso no fue gracioso–Sentenció Nicolasa al tiempo que se detuvo–

–Disculpa Nico, yo quise decir otra cosa…en realidad quería hacer una gracia…no sé.

–¿Y tú para que vas al burdel? ¿Vas a comprar sacos de avena como mi papá?

–¿Tu papá te dice eso? ¿Qué compra la avena seca en el burdel? ¿En serio?

–Si. Va todos los días a buscar avena, pero a veces no hay y tiene que esperar adentro.

–Bueno, no…no voy a comprar nada allí, estoy buscando a Regalo, resulta que somos amigos…

–¡Caramba! ¡Caramba! ¡Miren lo que trajo el gato! O mejor dicho: ¡Miren lo que trajo Nico!–Gritó a viva voz Regalo, quien se encontraba en la terraza alta de una casa rosada tendiendo unas sábanas, era como un primer piso desde donde nos podía divisar muy bien–

–¡Buen día Regalo! ¿Cómo amaneces? ¿Me recuerdas?–Le pregunto desde abajo–

–¿Recordarte muchacho? Más bien ¿Cómo olvidarte? ¡Con esas fachas no vemos muchos por acá! ¿Y tú Nicolasa? ¿Ahora nos traes hombres chiquita?

–¡Buenos días Señorita Regalo!–Responde la niña visiblemente emocionada–¡El joven no va a comprar avena! ¡Ya me lo dijo!

–¡No me digas linda! ¡No va a querer avena! ¿Y en que le podemos ayudar al señor?–Gritó Regalo con un tono sarcástico, burlesco, aprovechando la ingenuidad de la niña y mi sorpresa–

–¡Anda linda! ¡Ve con tu papá! ¿Sí? Yo me quedo por acá un rato…¡Gracias mi niña! ¡Anda!

La pequeña Nicolasa se despidió con un besito en mi mejilla y un abrazo cortico, apurado. Mientras nos despedíamos pude ver desde mi ángulo a Regalo sonreír disimuladamente con cierta ternura, la que seguramente le produce mi pequeña compañera.

–¿Y te vas a quedar allí o vas a entrar? ¡Mira que acá no comemos gente…al menos a esta hora no! ¿Desayunaste? ¡No creo! ¡Sube que te invito algo!

–Mmmm…si, ¿Por qué no? Anoche cené la mejor sopa de la vida frente a un cadáver, hoy desayunaré en un burdel y no me asombra para nada. ¡Qué semana Manuel!

CONTINUARÁ

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