La
casa sigue oscura y contaminada de sombras. Han transcurrido unos cuatro meses
o cinco tal vez, estoy confundido. El
penetrante olor a madera podrida sigue allí, esperándome en cada rincón, apenas
coloqué un pié dentro supe que la humedad reinaba y se alzaba declarando su
dominio, ya no son mis alergias sino esa capa delgada y fría que recubre las
paredes, que al principio me asqueaba y ahora soy parte de ella.
El
silencio pesa, aplasta y carece de metáfora, es mucho tiempo sin percibir
sonidos. No hay pájaros ni andar de
carretas, la brisa no zumba y el viento apenas sopla. El sopor me adormece e inevitablemente me
vence mientras las gotas de sudor ruedan por mi cara y buscan cada rendija de
mi piel, cada pliegue para quemar. Mis
ojos arden, puedo sentirlo aunque los tengo apenas abiertos.
Sé
que nada me salvará y lo que me está matando prefiere jugar conmigo, así como
apaga las velas de madrugada y golpea la puerta de los escaparates dejando marcas
de uñas. A donde voy se clava en mí esa mirada que escudriña curiosa ante cada
movimiento y lo se: Ya somos como uno. Perdí todo interés en salir, no me
siento un prisionero pero tampoco disfruto mi encierro, sé que está mal, muy
mal y nadie atravesará el umbral ni habrá rescate, acá me encontrarán si tengo
suerte.
Los
días no son mejores que las noches, ni me alientan a luchar. No recuerdo en que momento abandoné toda idea
de huir, todo ánimo de seguir, espero el momento fatal con la poca lucidez que me
permite fantasear con la idea de mi final, que hasta ahora ha sido lento,
denso, oscuro y dosificado a cuentagotas como una solución maligna.
Cuidar
a mi madre ya no me interesa. Sus
quejidos no me preocupan y apenas si puedo conmigo, paso días sin entrar a su
habitación y el hedor inunda parte de la casa, de niño ella me cuidaba,
limpiaba mi mierda, me vestía y me alimentaba, pero ahora no le puedo
corresponder, mis pies pesan toneladas y mis brazos han perdido masa muscular,
no parezco un hombre joven, no parezco siquiera un maldito hombre.
Quiero
morir antes que ella, la deuda moral y sus acreedores se pueden ir a la puta
ahora mismo y me da igual. Malayo el día
que crucé esa puerta, me cago en aquella tarde que me ofrecí a cuidarla
visiblemente emocionado delante de mis hermanos. Me hubiese quedado a enfrentar mi divorcio
como un adulto en vez de hacer este estúpido viaje a ningún lado, pero la
oferta era muy tentadora: No todos los días te ofrecen escapar al dolor, a la
vergüenza de la separación y al rechazo a cambio de unos pocos meses en la
quietud del campo cuidando a tu anciana madre.
Ahora somos dos agonizantes, inmigrantes de la existencia. Sé que ella está viva y que yo estoy
muriendo, eso me enloquece igual que este calor que hace que todo sea más
lento, que no me perdona y me crucifica a cada minuto.
Las
primeras moscas en aparecer acá me sorprendieron y me mantuvieron alerta, ahora
están en todos lados, todo está cubierto de ellas. Me da igual si sus pupas revientan aunque los
zumbidos son atronadores, es quizá el único sonido que escucho mientras
disfrutan mi sudor. Mi boca está seca, mis labios están cubiertos de una pasta amarillenta,
pegajosa y maloliente, para mí es lo mismo, llevo años sin besar a alguien, me
podrían quemar los labios, destrozarlos y nadie los extrañaría.
Creo
que la casa me observa con suma maldad y que mi madre se arrastra por las
noches amparada en la oscuridad, los rasguños en el piso no son míos y cada día
aparecen más. El olor a mierda la
delata, tiene meses cagada encima. Y sé de
su amor, un vaso con agua sobre la mesita de la sala le delató, fue la última
vez que ingerí algo y que la casa lo permitió, maldita casa.
Por
momentos dejo de respirar, comencé a sufrir una apnea de poca monta, de las peores,
tímida y débil, no debería llamarse apnea pues no me ahoga, no es asesina, no
hace nada, solo está allí, casa de mierda. Apnea de mierda.
Si
pudiera quitarme la vida lo haría, si me pudiera ahorcar no lo dudaría, deseo
atorarme con algo en mi garganta y no realizaría el más mínimo esfuerzo de
conservación, pero no sucede. Sofocado
con el vapor de la humedad, el calor y mi sudor espero que algo me vuele por los
aires y me estrelle contra la pared de la vieja biblioteca cuyos libros están
tan perdidos como yo, pero el plan de la casa es otro.
Sin
mutilación ni heridas me mantiene vivo, sin fuerzas ni ánimo me va aniquilando.
Escucho los quejidos de mi madre que se pasean por mis oídos y se clavan en mi
cerebro como agujas, hacen que los minutos sean horas, las horas días, los días
semanas y las semanas finalmente meses, así de lento es el espíritu de esta
mierda de casa, me cago en mí y en el momento que pisé esta tumba. La poca
energía que conservo aun me permite recordar al desgraciado poeta aquel cuyo
nombre no recuerdo:
"Y el castigo se
volvió gozo, mi carcelero nunca lo imaginó y yo tampoco"
Me
hizo sonreír. Ojalá y se muera.
FIN
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