SUBURBIA BOOKS

lunes, 10 de enero de 2022

MALIGNA, -By Sheikong-

 


                                                                    
CAPITULO UNO / ESTOY SOLO

Desde pequeño fui un niño abusado, me refiero a todas las situaciones que se presentan dónde falta alguien que vele por tu seguridad y simplemente no existe. Perdí a mis padres a los ocho años, corría el año 1965 y me asombra lo que recuerdo, mis abuelos maternos me contaron que su muerte sucedió fortuitamente mientras visitaban una granja en las afueras, planificaban comprarla no sólo para cambiar de aire sino para apartar a papá de un vida viciosa de juegos y placeres violentos que no podía controlar. Mientras discutían a orilla de la carretera, un camión cargado de troncos de madera perdió el control al ver una extraña sombra, la maniobra desesperada del conductor para no impactar el auto de mis padres, resultó en que la pesada carga cayó sobre el techo, aplastándolo por completo con ellos dentro.

Es todo lo que sé de mi familia, no tuve hermanos y mis tíos no se interesaron en cuidarme. Nadie se interesó por mí. Ese fatídico día me dejaron al cuidado de mis abuelos mientras hacían un “rápido y aburrido viaje” visitando aquella propiedad.

Luego nada fue igual, crecer con dos ancianos no es lo mejor para un niño, los largos silencios se transformaron en meses de aburrimiento total. La poca diversión la obtenía en la tienda de abarrotes y las escapadas al bosque por las noches, eran mis únicos momentos de libertad.

–Niño…¿Crees que soy tan estúpida para no darme cuenta de tus salidas nocturnas?–Interrumpió un día mi abuela mientras me preparaba el desayuno–

–No, abuela…no pienso eso

–Mira niño, haz lo que te dé la gana con tu vida pero después que yo muera, en ese bosque habita algo maligno que no sabemos explicar, no me gusta saber que te expones de una forma tan tonta ¿Lo comprendes?

–Si abuela, pero yo no veo nada extraño allí…te prometo que me regreso si veo algo–Le respondí buscando que se tranquilizara y me sirviera el desayuno cuanto antes–

–Ese es el problema niño, no te va a dar tiempo de reaccionar y es justamente lo que quiero evitar, ya hubo suficiente desgracia en esta familia, no busques una mala hora. Tu madre era tan obstinada con ese bosque como tú.

En este punto preferí guardar silencio, no solo para cortar el tema sino que las palabras de la abuela eran ciertas, en el bosque he sentido que me observan, como si alguien caminara cerca por ratos y luego ya no está. Es una sensación muy incómoda, sólo quiero estar sólo y esa cosa pareciera esperar a que yo termine para seguirme a casa.  En los meses siguientes el frío de noviembre se hizo presente y ese cambio limitó mis caminatas nocturnas, no tenía ropa abrigada y podía pescar un gran resfriado según mi abuela, pero sé que escondió mi ropa invernal para evitar que saliera.

                                                    CAPITULO DOS / ADIOS ABUELA

Terminando el mes, una tarde regresaba a casa de la tienda y me encuentro al abuelo sentado en la vieja entrada de la casa, levanta la mirada solo para decirme:

–Ponte algo que te cubra niño, tu abuela murió. Vamos a llevarla al bosque.

–Abuelo ¿Pero…que le pasó? ¡Estaba bien cuando me fui!–Con los ojos empapados en llanto y el corazón acelerado fue lo único que pude decir–

–Si sabes que la gente muere ¿Ah niño? Entra y despídete, no tardes mucho.  Tu ropa de invierno está arriba en el escaparate negro, ya sabes que hacer.–Me dijo el abuelo–

Con pasos lentos y manos temblorosas subí las escaleras hacia su cuarto, el rechinar de la vieja madera del piso sonaba más fuerte que nunca o quizá me concentré en ello. La abuela parecía dormida aunque tenía los ojos entreabiertos, apenas si me atreví a tocar sus frías y rígidas manos para decirle:

–Abuela si te tienes que ir yo lo entiendo, todos se van de mi vida y sé que debe ser así. Voy a cuidar al abuelo aunque no habla mucho, te prometo que estaré pendiente de su jarabe y de las infusiones…

En ese justo momento me asaltó una conocida sensación, era la misma que percibía en el bosque pero por alguna razón no me sentí acechado, me invadió un sopor repentino y un aire caliente acariciaba mi cuello. No me atreví a voltear, no quería ver lo que estaba detrás de mí.

Brinqué sobresaltado en el instante que la foto del abuelo cayó con fuerza al piso, seguido de un crucifijo grande que la abuela conservaba del austero entierro de mis padres, era el mismo que reposaba sobre la urna de mi madre y que el buen cura Benito nos entregó.

La sensación de calor fue desapareciendo y el aliento tibio también, me recosté de la pared a pasar el susto y otro sonido llamó mi atención en el fondo del oscuro cuarto, era como si algo se arrastrara, me sorprendí al ver por un par de segundos una sombra en el rincón desvaneciéndose, para dar paso al más absoluto silencio.

Esa misma noche enterramos a la abuela en el bosque detrás de la casa, el abuelo la envolvió en un grueso edredón y la aseguró con retazos viejos. Entre los dos la arrastramos, el abuelo cavó rápidamente la suave y húmeda tierra mientras yo alumbraba con una lámpara de kerosene.

Al regresar, le comenté lo que había sentido y visto en el cuarto, no me contestó ni me contradijo como era su costumbre, solo balbuceó:

–Niño, recoge tus cosas. Mañana te llevo al orfanato de las viejas glorias. No puedo tenerte acá.

–Le prometí a la abuela que te cuidaría abuelo–Le respondí en voz baja–

–Acá nadie va a cuidar a nadie. Anda a dormir y no me molestes con esas tonterías. Tu madre era igual de ilusa que tú y mira cómo acabó. Nunca debió ir a ese bosque ni casarse con ese hombre.

Esa noche no dormí. La presencia volvió y la sentí cerca, a mi lado y luego en el rincón donde está una pequeña mesa con fotos familiares. No sentí miedo pero su forma de hacerse notar me intranquilizó hasta caer rendido cerca del amanecer.

Al día siguiente el abuelo me llevó en la vieja carreta hasta el orfanato de las colinas, una edificación antigua rodeada de unas pequeñas montañas muy verdes que a esa temprana hora parecen brillar como una pintura.

Y así me dejó, no cruzó palabras conmigo salvo para decirme:

–Tienes todo para perder niño, pero acá vas a luchar hasta para cagar tranquilo. No te asustes, un día te van a defender y no lo vas a entender, tu solo observa–Esas fueron sus palabras y salió rápidamente, no hubo un abrazo ni despedida, sólo se fue.

                                            CAPITULO TRES / GENTE MALA, MUY MALA

El abuelo tenía razón, los primeros días fueron duros.  Era objeto de burlas por parte de los chicos grandes, mis cambios de ropa desaparecieron y mi maleta terminó en lo alto del techo del cobertizo. También escupían mis desayunos y se orinaban en mi cama durante el día, nunca jugaban conmigo y no me dejaban ducharme. Las cuidadoras no intervenían ni me consolaban, sólo reían a lo lejos, entonces supuse que todos eran malos, muy malos.

Una tarde permanecí en la sala llena de camas a esperar que anocheciera, tenía días sin hablar y no me había aseado desde que llegué. Sentado en el catre miraba hacia el suelo mis viejos zapatos cuando un chico gordo y grande se paró frente a mí sorprendiéndome.

–¿Qué haces aquí basura? ¿Acaso te dije que podías venir? ¡Responde!–Me habló con un tono amenazador, cruzando brazos y clavando su mirada en mí pero no me atreví a responderle–

–¿No hablas? ¡Basura inmunda! ¡Acá me quedo hasta que te orines del miedo!–Me gritó empujándome esta vez el hombro–

Pasaron unos minutos que parecieron horas y el gordo malo seguía esperando que mi reacción. No sé cuánto tiempo transcurrió pero de súbito volví a advertir aquella presencia del bosque, sentí el aire caliente y el aliento tibio que me arroparon rápidamente. Levanté la vista para ver a mi acusador y lo encontré totalmente paralizado, sudando y con una expresión de terror en su rostro. No me atreví a hablarle, pero estaba viendo detrás de mí, era obvio que algo más extraño estaba ocurriendo.

–¿Qué me estás haciendo basura?–Comenzó a gritar el muchacho mientras lloraba como un niño– ¡Déjame porquería! ¿Qué es eso? ¡Suéltame!

Mi asombro aumentó al ver como al chico le brotaban heridas como arañazos en los brazos y las piernas, los hilos de sangre comenzaron a correr y su cara estaba marcada con varios cortes, ¡No podía creer lo que estaba viendo!

Al rato se lanzó al suelo rodando sobre su propia sangre manchando todo a su paso y gritando por ayuda, la cual llegó muy tarde pues pasaron varios minutos hasta que la presencia de calor y el aliento extraño desaparecieron y volví a ver la sombra arrastrarse hasta un rincón. Se creó una gran confusión y un alboroto mientras prestaban auxilio al chico y lo llevaban a enfermería, las cuidadoras me gritaban pero no les entendía nada, solo escuchaba ecos muy altos, solo eso.

Esa misma semana pude darme cuenta del cambio de trato hacia mí, si antes era malo ahora era peor. Mi comida estaba descompuesta, no me dejaban sentarme en el comedor y llegué a conseguir excremento debajo de mi almohada. Todo había empeorado.

Estando una tarde sólo en el baño, quise ducharme y me desvestí lo más rápido que pude, no había comenzado cuando me doy cuenta que una cuidadora fornida me estaba observando con una sonrisa irónica y mi ropa en sus manos, no la escuché entrar.

–¿Así que el niño raro se quiere duchar?–Me dijo acercándose mientras pude cubrir mis partes pudendas–¿No te ha pasado por tu cabecita que no nos da la gana que te limpies? ¿O es que el mal olor ya no teja dormir…basura?

No sabía qué hacer, no tuve miedo pero esto ya era otro nivel de maldad. Como pude cerré la llave cuando sentí nuevamente el calor rodeándome y por primera vez vi la sombra con claridad, la pude definir. Estaba detrás de la cuidadora, la cubría por completo y por supuesto, ésta comenzó a llorar de inmediato, no podía controlarse y había mucha espuma y sangre saliendo de su boca, fue un largo momento hasta que cayó sobre sus rodillas soltando mi ropa, vi como era arrastrada por la sombra hasta el fondo de las duchas, hasta que todo quedó en silencio.

Me acerqué lento, estaba retorcida, sus brazos y piernas volteados junto a su cabeza, era algo inexplicable para cualquiera.  Esta vez la sombra permaneció sobre la cuidadora y supe que me iban a culpar nuevamente, no me iba a quedar para vivirlo.  Como pude me vestí, salí al patio y me moví rápido a través de todos, desde allí caminé sin parar hasta llegar a la carretera, nadie me vio o quizá ya habían descubierto el cuerpo.

                                                CAPITULO CUATRO / NO ESTOY SOLO

Caminé días sin detenerme y aún lo hago, han pasado años y nada ha cambiado. La sombra sigue conmigo, no se aparta ni se va. Y así como me acechó en el bosque y me cuidó en el orfanato, ha acabado con policías que han querido abusarme, con dos abogados, un pastor religioso, con unos vagabundos malintencionados, un par de caseros, una suegra y dos esposas. Finalmente no estoy solo. Casi nadie se me puede acercar, pero no estoy solo.

FIN

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