La vieja esquina seguía
igual, con sus ruidos desordenados, tráfico insufrible y movimiento de aceras
tan cambiante que no hay oportunidad de definir un patrón, excepto por el
fumador, un personaje pintoresco y casi necesario en la fauna de aquella calle,
cuya sola presencia levantaba comentarios variopintos por la gran curiosidad
que causaba en unos y el rechazo y juicio en otros.
–¿Y quién es ese que pasa
tanto tiempo en la esquina? No lo conozco. –Pregunta el cartero antes de
entregar el paquete al viejo Alcides–
–¿Ese? Es un condenado,
hay muchas historias alrededor de él y nadie sabe cuál es cierta.
–¿Y nadie conversa con él?
–Nadie. El no habla y a
veces sonríe. Dicen que la muerte lo dejo sin voz luego de ganarle una apuesta,
eso he escuchado.
–¿La muerte? ¿Cómo pudo
ser? ¿Por dinero?
–No mi amigo, fue por amor
o algo parecido, la verdad uno nunca esta tan seguro de lo que vive en ese
estado tan frágil como lo es un enamoramiento. Ese pobre hombre se entregó, aunque
todo comenzó como un juego y es que siempre es así.
- ¿Y luego Alcides?
- Luego fue olvidandose de
sí, se hundió en un sentimiento profundo por varios años. Amó a una que decían era muy hermosa, la que
más.
- ¿Y qué tiene de malo
amar?
- Tú no escuchas muchacho,
eres muy tonto. Él cruzó la línea hasta creerse importante en otra vida e indispensable
en otro corazón y allí vino el desastre, él pensó que se hacía un lugar, uno
como lo había imaginado.
- Entiendo, ella lo engañó
entonces.
- No. Para nada, ella
siempre habló con la verdad, pero este infeliz no lo podía comprender y quiso
jugar algo muy peligroso para cualquier ser humano. Pensó que si la amaba a más
no poder, ella le correspondería.
- ¡Me imagino los
reproches!
- Fíjate que no. Él se
prometió a si mismo nunca reprocharle nada.
- ¿Y cómo llegó a esta
situación de abandono? No entiendo.
- Cierto día, cuando él se
sentía más seguro que nunca y cabalgaba sobre las nubes, tomó una mala decisión,
entrado en tragos y a escondidas le llevaba un regalo único en la vida de
cualquiera, de esos objetos que no se le
dan a cualquiera, algo que lo sepultaría en vida y cambiaría su destino: Un
anillo de compromiso.
- ¡Ah! ¿Entonces era un
romántico?
- Era mucho más, era un remedo
de hombre, uno rendido, un soñador, de esos que los poetas llaman vulnerables sin remedio, un pendejo
quizá, yo no lo sé muchacho.
- ¿Y el anillo?
- Eso fue lo de menos, nunca
se lo entregó y creo que se perdió. Ella
nunca llegó, luego no supo de ella por semanas.
Pero ese día fue tal el dolor en su pecho, que nuestro amigo corrió setecientas
diecisiete cuadras hasta llegar al puente de La Soledad, cerca de las cuatro
esquinas y a un costado del Congreso, allí miró al cielo gris e hizo el pacto
que nunca debió celebrar. Le pidió a la noche que le devolviera a su amada a
cambio de su propia vida.
- ¿Y entonces? ¿Hizo un
pacto maligno?
- No, la tímida noche no
le respondió pero la oscuridad inmensa
sí, esa que acecha en cada rincón donde no hay amor verdadero. Pactaron justo a
las siete y diecisiete esa noche, sólo había una condición innegociable: Ella
iba a regresar a su vida y él debía hacerle el amor todos los días a las siete
y diecisiete de la mañana, sin falta, sin demora y por solo un minuto, no podía
tardar más. Esa era su bendición y su castigo. Sólo podía poseerla durante
sesenta segundos al día, muy poco para muchos y demasiado para otros.
- ¿Y eso no lo hizo feliz?
- Al principio sí, la
primera semana y el primer mes se jactaba de su eterna luna de miel, de sus
proezas sexuales de un minuto y sobretodo de la piel de su renovada mujer. Ella no alcanzaba a explicarse por qué lo
hacían a esa hora y por tan poco tiempo, pero igual le resultaba curioso y hasta
divertido, como travesura de infantes alocados. La ecuación erótica no duró
tanto y llegaron los reclamos, que
dieron paso a romper la única regla impuesta y que él tomó a la ligera al ver
que nada extraordinario sucedía. Lo que se sabe es que cierto día la mismísima oscuridad inmensa se hizo presente a las
siete y diecisiete de la mañana mientras ambos dormían plácidamente, así que en
su infinita molestia ante la ruptura del pacto decidió quitarle de un zarpazo
la vida a su amada. El pobre hombre al
despertar no daba crédito a su tragedia y cuentan que el llanto fue tan profuso
que inundó toda la habitación sin exagerar. Sentada en la cama, con actitud displicente la
mensajera sonreía ante el dantesco episodio mixtura de amor y dolor que había
creado.
Así que el hombre no tuvo más alternativa que pactar de nuevo a cambio de la vida de ella. Pero a diferencia de la vez anterior, ahora resultaba más un castigo que otra cosa y se le ofreció un trato: Debía transcurrir el resto de sus días fumando. Si, como lo oyes, fumando desde las siete y diecisiete de la mañana hasta las siete y diecisiete de la noche, sin parar para garantizarle la vida.
Y solo podía pausar por un
minuto al día, sólo uno. Y así el aceptó en medio de su asombro. Ella volvió a la vida minutos después, pero
ya nada era igual. Su rutina como
fumador, el tiempo que le consumía, las ganas extinguidas, el olor nauseabundo
y la desesperación por mantener intacto el acuerdo, hicieron mella. La tristeza
y el hastío se apoderaron de su vida y la cotidianidad los convirtió en presas
de un amor vacío, frío, agrietado. Con los meses no hubo luna que la consolara,
ya seca y con la piel marchita no encontró otra salida que escapar de él, de su
nuevo vicio y de la vida indeseable que ambos sostenían.
“A duras penas un hombre puede asistirse a sí mismo emocionalmente, debe ser muy fuerte para no depender de la religión o alguna creencia que lo empodere y le toque desde muy adentro. Son pocos los que se construyen y crean fortalezas envidiables, afortunados aquellos que se hacen llamar independientes aunque en su ignorancia siempre van a colgar de alguien, así sea de Dios, el universo o quien le haya obsequiado el hálito de vida. Construir lozas de fundación sobre terrenos pantanosos siempre ha sido desestimado por los fundadores, entonces ¿Por qué hacerlo? He ahí el hombre, tan sabio y tan tonto, tan decidido y errático, tan orgulloso y simple, la magna obra del universo rendida por afecto. ¿Es esta una emoción indeleble para los elegidos al azar en un juego de naipes celestial? No lo sabremos nunca, algunos fuman mientras se acercan sinuosamente a la respuesta”
El asintió su decisión, no
pugnó por su ausencia esta vez y se entregó a mantenerla con vida a través del
pacto. Si fallaba, sería su asesino y no
hay peor cosa que matar a quien amas, apagar la vida de aquella persona que
ocupa tu corazón y enterrar los sueños que alguna vez te llevaron a volar por
mundos insospechados y febriles. Así que
esos son los días del fumador de la esquina negra, cómo la llaman ahora. Y
todos los días a las siete y diecisiete, la oscuridad inmensa se acerca a
retarlo, le ofrece vidas imposibles y tesoros escondidos a cambio de romper el
pacto. El la ignora para seguir hundido
en su asfixiante rutina. Unos dicen que fue amor y otros estupidez. Muchos no
creen la historia y otros la ignoran o lo creen solo un vicioso. Y allí sigue, por cierto son las siete y diecisiete de la mañana ahora que miro
el reloj, el descansa por un minuto, y sonríe, míralo.
–Que bella historia
Alcides, que bella…
–Muchacho pendejo.
-Sheikong- Suburbia Books