SUBURBIA BOOKS

domingo, 21 de agosto de 2022

LA CASA -By Sheikong-


 

La casa sigue oscura y contaminada de sombras. Han transcurrido unos cuatro meses o cinco tal vez, estoy confundido.  El penetrante olor a madera podrida sigue allí, esperándome en cada rincón, apenas coloqué un pié dentro supe que la humedad reinaba y se alzaba declarando su dominio, ya no son mis alergias sino esa capa delgada y fría que recubre las paredes, que al principio me asqueaba y ahora soy parte de ella.

El silencio pesa, aplasta y carece de metáfora, es mucho tiempo sin percibir sonidos.  No hay pájaros ni andar de carretas, la brisa no zumba y el viento apenas sopla.  El sopor me adormece e inevitablemente me vence mientras las gotas de sudor ruedan por mi cara y buscan cada rendija de mi piel, cada pliegue para quemar.  Mis ojos arden, puedo sentirlo aunque los tengo apenas abiertos.

Sé que nada me salvará y lo que me está matando prefiere jugar conmigo, así como apaga las velas de madrugada y golpea la puerta de los escaparates dejando marcas de uñas. A donde voy se clava en mí esa mirada que escudriña curiosa ante cada movimiento y lo se: Ya somos como uno. Perdí todo interés en salir, no me siento un prisionero pero tampoco disfruto mi encierro, sé que está mal, muy mal y nadie atravesará el umbral ni habrá rescate, acá me encontrarán si tengo suerte.

Los días no son mejores que las noches, ni me alientan a luchar.  No recuerdo en que momento abandoné toda idea de huir, todo ánimo de seguir, espero el momento fatal con la poca lucidez que me permite fantasear con la idea de mi final, que hasta ahora ha sido lento, denso, oscuro y dosificado a cuentagotas como una solución maligna.

Cuidar a mi madre ya no me interesa.  Sus quejidos no me preocupan y apenas si puedo conmigo, paso días sin entrar a su habitación y el hedor inunda parte de la casa, de niño ella me cuidaba, limpiaba mi mierda, me vestía y me alimentaba, pero ahora no le puedo corresponder, mis pies pesan toneladas y mis brazos han perdido masa muscular, no parezco un hombre joven, no parezco siquiera un maldito hombre.

Quiero morir antes que ella, la deuda moral y sus acreedores se pueden ir a la puta ahora mismo y me da igual.  Malayo el día que crucé esa puerta, me cago en aquella tarde que me ofrecí a cuidarla visiblemente emocionado delante de mis hermanos.  Me hubiese quedado a enfrentar mi divorcio como un adulto en vez de hacer este estúpido viaje a ningún lado, pero la oferta era muy tentadora: No todos los días te ofrecen escapar al dolor, a la vergüenza de la separación y al rechazo a cambio de unos pocos meses en la quietud del campo cuidando a tu anciana madre.  Ahora somos dos agonizantes, inmigrantes de la existencia.  Sé que ella está viva y que yo estoy muriendo, eso me enloquece igual que este calor que hace que todo sea más lento, que no me perdona y me crucifica a cada minuto. 

Las primeras moscas en aparecer acá me sorprendieron y me mantuvieron alerta, ahora están en todos lados, todo está cubierto de ellas.  Me da igual si sus pupas revientan aunque los zumbidos son atronadores, es quizá el único sonido que escucho mientras disfrutan mi sudor. Mi boca está seca, mis labios están cubiertos de una pasta amarillenta, pegajosa y maloliente, para mí es lo mismo, llevo años sin besar a alguien, me podrían quemar los labios, destrozarlos y nadie los extrañaría.

Creo que la casa me observa con suma maldad y que mi madre se arrastra por las noches amparada en la oscuridad, los rasguños en el piso no son míos y cada día aparecen más.  El olor a mierda la delata, tiene meses cagada encima.  Y sé de su amor, un vaso con agua sobre la mesita de la sala le delató, fue la última vez que ingerí algo y que la casa lo permitió, maldita casa.

Por momentos dejo de respirar, comencé a sufrir una apnea de poca monta, de las peores, tímida y débil, no debería llamarse apnea pues no me ahoga, no es asesina, no hace nada, solo está allí, casa de mierda. Apnea de mierda.

Si pudiera quitarme la vida lo haría, si me pudiera ahorcar no lo dudaría, deseo atorarme con algo en mi garganta y no realizaría el más mínimo esfuerzo de conservación, pero no sucede.  Sofocado con el vapor de la humedad, el calor y mi sudor espero que algo me vuele por los aires y me estrelle contra la pared de la vieja biblioteca cuyos libros están tan perdidos como yo, pero el plan de la casa es otro.

Sin mutilación ni heridas me mantiene vivo, sin fuerzas ni ánimo me va aniquilando. Escucho los quejidos de mi madre que se pasean por mis oídos y se clavan en mi cerebro como agujas, hacen que los minutos sean horas, las horas días, los días semanas y las semanas finalmente meses, así de lento es el espíritu de esta mierda de casa, me cago en mí y en el momento que pisé esta tumba. La poca energía que conservo aun me permite recordar al desgraciado poeta aquel cuyo nombre no recuerdo:

"Y el castigo se volvió gozo, mi carcelero nunca lo imaginó y yo tampoco"

Me hizo sonreír.  Ojalá y se muera.

FIN


sábado, 20 de agosto de 2022

EL BRUÑIR DEL TIEMPO -Sheikong-

 


Los albores de nuestra historia contemporánea dan para albergar toda clase de personajes notorios dentro de un catálogo variopinto aderezado con gestas heroicas que van desde la liberación de esclavos, la independencia de toda una nación, el civismo como muro de contención, el avance de las comunicaciones, el reinado de la tecnología y más reciente la tan cacareada conquista del espacio y la extrema liberación sexual.

Tal es el caso de Nicasio Arboleda, quien realmente se llamaba Teódulo Villamizar, para luego darse a conocer como Régulo Sánchez-Vicario y más recientemente como Arturo de la Corte, pero evitemos cualquier asomo de confusión: Todos son el mismísimo Nicasio Arboleda, no caben dudas.

Nadie recuerda cómo llegó ni cómo se instaló sin incomodar en la hermosa calle Terepaima de la Urbanización El Marqués, al noreste de la Ciudad de Caracas, capital de Venezuela, país ubicado al norte suramericano. Los vecinos solo saben que no pide nada, pero tampoco se anima a ayuda a nadie, no es conversador ni desaseado aunque sus ropas están fuera de moda para unos y muy retro y “cool” para otros.

Nicasio es parte de la cotidianidad, todos saben que allí ha estado y creen que seguirá. Siempre proyectando un carácter serio, circunspecto, pensativo. Pueden transcurrir toda clase de celebraciones mundanas, tribales y él está allí, sentado sobre la base de un gran árbol caído y que presta su truncado despojo como asiento para tal personaje.

Durante las estaciones sólo permanece incólume y estoico.  Ni la tormenta que arrecie logra espantarlo, igual suerte corren el frío intenso decembrino, el aire seco del mes de abril y el calor desesperante de Agosto. No hay dudas que con su presencia reta a la naturaleza misma desde sus cimientes y por consiguiente a la pasajera humanidad.

Toda clase de obsequios reposan a su alrededor, desde platillos descompuestos y bebidas evaporadas hasta ropajes y frazadas.  Nada ha sido considerado por él, lo que desconcierta a todos, desanima a muchos y causa una curiosidad malsana en otros. De lejos se asemeja a un altar con sendas ofrendas a sus pies mientras él continúa inmóvil a excepción de sus párpados que lo delatan de inmediato, si lo observas cada tanto.

Y no es de extrañar toda esta situación que raya y descansa en lo descabellado. Es fácil entender porque nadie sabe o recuerda algo, pasan las generaciones y apenas sobreviven los comentarios que han dado paso a los mitos y conjeturas de todo orden y que pocos adeptos generan.  Debe saberse que la genuina verdad es que este hombre de origen impreciso, ha permanecido demasiado tiempo allí como para que alguien tenga pruebas, la humanidad es efímera, pasa y sigue su curso. Aunque ha sido notado por más de trescientos años, no hay quien ate cabos, nadie hace la pregunta correcta ni se dirige en la dirección debida. La existencia ha cambiado en tanto tiempo, pero para Nicasio no. Todo se le presenta en la misma forma y principios, el clima y los mirones, todo. ¿Será el bruñir del tiempo sobre la templanza de la vida? ¿Será el dolor que espanta a la muerte? Será.