HÁBLAME (Sheikong, Caracas 2022)
CAPÍTULO UNO / CHACAO Y LA TASCA
DE MANOLO
La
ciudad de Caracas tiene lugares muy hermosos aún y llenos de nostalgia. Hay
quienes añoran los días del dictador Marcos Pérez Jiménez y otros más jóvenes
adoran las urbanizaciones llenas de historia y tradición, tal es el caso de
Chacao, un sitio como pocos con sus edificios pequeños de corte italiano o
español y sus calles llenas de panaderías, abastos y, sobretodo, tascas para
ver el futbol, beber cerveza fría, compartir con vecinos y amigos, en fin, todo
un deleite caraqueño y envidia de la urbe.
Allí
se centra nuestra historia, en la tasca de Manolo en pleno centro de Chacao y
tan solo a unas cuadras de la Plaza Bolívar. Aunque es un sitio venido a menos
a causa de la desidia gubernamental, para los que vivimos acá tiene un encanto
particular ya que por muchas razones te recuerda la infancia, sea por algún
familiar que pernoctara allí continuamente o por la calidez de Don Manolo, quien
no desaprovechaba oportunidad para brindar, celebrar y tratarnos como de la
casa.
Don
Manolo y su esposa María se retiraron a su querida Zaragoza hace ya unos años
donde fallecieron, quedando su único hijo Manuel al frente, quien con más pena
que gloria ha sorteado estas épocas austeras con el único tino de no haber sido
cerrado aún. Y es justo acá donde estoy paseando el dolor que me dejó la
separación. Un divorcio nunca es agradable aunque me regaló la oportunidad de
volver a conectarme con mi cuadra, mis viejos amigos y, por supuesto, con
Manuel y su tan mentada barra. Aquí estoy dejando el alma regada cada noche
desde que regresé, bebo como un sediento no para olvidar el dolor sino para
recordar el amor que se fue destrozando en mis narices y que me dejó hundido en
mi propia tragedia, sin respuestas elegantes ni preguntas necias, solo
recuerdos de amor.
Todas
las noches, después de tantas cervezas, fantaseo con alguna suerte de vida
paralela o secreta, quizá algún súper poder o un hecho fortuito que me lleve a
vivir momentos fantásticos que me rescaten de mi vida miserable y de la misma
rutina de todos los días: Trabajo aburrido de oficina, beber hasta morir e ir a
la cama, esa es mi vida. Pero todo cambió aquella noche de octubre. Como de
costumbre me encontraba completamente ebrio a eso de las once de la noche,
siguiendo mi rutina comencé a fantasear mientras me sostenía de la barra para
no caerme y mi vista se fijó en un objeto conocido dentro de la tasca de
Manolo…
Al
final del salón, muy cerca de los baños, aún permanece una caseta para llamadas
telefónicas, pintada de rojo al estilo inglés y con todos su vidrios intactos,
alberga una pequeña mesita, un banquito largo frente a una repisa y allí en
medio aún se encuentra el viejo teléfono, sí, aquel que usábamos para jugar en
los descuidos del viejo Don Manuel y que todos los vecinos algunas vez
utilizaron para comunicarse con sus seres queridos y otras diligencias.
Dando
tumbos me dirigí hacia aquella anacrónica caseta abandonada, sosteniéndome de
ella observé un buen rato su estructura y su interior, me di cuenta que la
puerta estaba abierta y aprovechándome de mi ebriedad entré y me senté. Recordé muchos momentos de travesuras vividos
allí así como otros muy serios acompañando a mis padres a recibir malas
noticias. La nostalgia una vez más se apoderó de mí ser y jugueteando con el
viejo teléfono recordé el primer número de mi casa materna, el cual marqué con
toda la seguridad del caso, total que más da.
Al
terminar de discar y con el auricular en mi oído, me río de mí mismo mientras
me observo en el pequeño espejo que tengo al frente, cuando escucho repicar un
par de veces, lo cual me extraña porque hace muchos años que no funciona así
que le atribuyo dicho sonido al ruido del ambiente y los gritos de los
borrachos. Pero no, al cuarto repique
una voz muy conocida contesta:
–¿Aló?
¿Quién habla?–Contesta una voz áspera y gruesa–
–Aló…¿Con
quién hablo? ¿Este número aún sirve?–Pregunto muy asombrado–
–¡Claro
que sirve! ¿Pero quién es? ¿Fabrizio?
–Si…soy
yo, pero…¿Quién es? ¿Cómo sabe mi nombre?
–¿Cómo
que quién soy? Fabri…¿A que hora vienes? ¿Dónde estás?–Ahora si una helada
sensación recorrió todo mi cuerpo: Solo existió una persona que me llamaba
“Fabri” y era mi padre, quien falleció ya hace unos veinte años. Rápidamente pienso que se trata de una broma
de Manolo o los muchachos, pero al asomarme por el vidrio los veo todos muy
entretenidos con sus chanzas y conversas.
–¿Papá…eres
tú?–Pregunto nuevamente con voz entrecortada–
–¿Quién
más va a ser Fabri? ¿Ya vienes? ¡Tu madre pregunta si te guarda cena!
El
temor se apoderó de mí, no soporté más esta mala broma y tranqué la llamada,
colgué el teléfono quedándome unos minutos totalmente absorto. Ninguna de mis
borracheras había producido jamás una alucinación de este nivel, nunca, ni
siquiera el día que firmamos el divorcio y que considero la más grande de mis
intoxicaciones etílicas. De pronto tocan
el vidrio, escucho un par de golpeteos y una voz, era Manolo.
–¡Ah
Fabrizio! ¿Qué haces allí? ¿Haciendo llamadas por cobrar?–Me decía riéndose de
mi situación– ¿Me acompañas a cerrar esta noche? ¡Me gustaría comentarte algo!
Me
levante como un trueno, abrí la puertecilla, empujé a Manolo hasta casi
tumbarlo, corrí hasta salir de la tasca en dirección a la plaza, allí me detuve
a pensar lo que acababa de suceder y en la imposible y asombrosa experiencia.
¡Solo había bebido cerveza! ¡Hoy no he mezclado! Con la misma incertidumbre me
dirigí a casa, un sucio apartamento en un primer piso, me urgía recostarme,
dormir y dejar esta pesadilla atrás, seguro mañana tendría una explicación
coherente a esta tontería.
Temprano
en la mañana la resaca me despierta, lo de siempre: Dolor de cabeza, náuseas,
sed, ardor en los ojos y las manos hinchadas, quizá ya me dirijo hacia una
cirrosis hepática, no me extrañaría con el ritmo de vida que llevo y mis malos
hábitos, he llegado a pensar que al no tener el valor de suicidarme bien podría
terminar en una sala de emergencias con el hígado reventado, doloroso pero
heroico, así quizá ella venga a verme y le pueda decir cuanta falta me hace,
son cosas que se me ocurren en las mañanas, no sé por qué.
Mi
rutina agobiante no logró hacerme olvidar el extraño momento de anoche, lo
pensé una y otra vez, mientras orinaba y mientras laboraba, también en las
tediosas reuniones de los viernes y mientras mis tristes compañeros me contaban
acerca de sus maravillosas vidas hogareñas, pero en ningún momento dejé de
pensar en la voz de mi padre y en la fantasía de haber conversado con él, no
veía el momento de salir y volver a la tasca, debo confirmar que todo fue una
mala pasada del alcohol.
Por
fin llegaron las malditas cinco de la tarde, perras horas que parecieron
alargarse. Las cuadras hasta allá me parecieron eternas, al llegar me encuentro
a Manolo acomodando el salón para la faena, asombrado me pregunta:
–¿Qué
carajos te pasó a ti anoche? ¿Te cayó mal la cerveza o los garbanzos? ¿Me
puedes explicar por qué coños te fuiste corriendo?
–Manolo,
te juro que si todo sale como yo espero…te lo contaré y nos reiremos juntos,
solo necesito que confíes en mí y me dejes beber como anoche–Le explico
tomándolo de un brazo–
–¡Ahora
hablas como un loco Fabrizio! ¡Ya olvida a esa mujer! ¡La gorda Olivia vive
detrás de ti y tu ni la miras! ¿Qué más quieres mi amigo?–Me grita como cuando
lo hace con cariño– ¡Además…necesito contarte algo! ¡A ver cuándo conversamos!
CAPÍTULO DOS / MI AMIGO VÍCTOR
Esa
noche bebí tal cual la noche anterior, la misma cantidad de sorbos, los mismos
cigarros y las mismas meadas en el baño maloliente lleno de gaveras de cerveza,
no cambié nada, hasta que de nuevo fui hasta la maltrecha caseta, pero esta vez
marqué el número de mi viejo amigo Víctor quien había fallecido hace años a
causa de un paro respiratorio. Esperé un momento y de pronto volvió a suceder.
–¡Aló!
¿Con quién desea hablar?–Es la voz de su madre, recientemente fallecida
también–
–Hola…buenas
noches, ¿Me comunica con Víctor?–Hablo atropelladamente por los nervios y la
borrachera–
–¡Fabrizio!
¡Cómo estás? ¿Cuándo vienes?
–Hola
señora Olga, ¿Cómo está usted? En cualquier momento paso por allá.
–¡Ay
mijo! ¡Acá está Víctor! Te lo paso.
–¡Aló
Fabrizio! ¿Qué tal todo? ¡Cuéntame!–Escucho esa voz que tanto extrañaba y de la
cual no me pude despedir aquella aciaga mañana–
–Víctor…amigo…estás
allí, ¡Cuánto tiempo vale!–Le digo con nostalgia–
–A
ver, no entiendo…nos vimos ayer…¿Tú estás bien Fabrizio? ¿Pasa algo? Dímelo rápido
por favor, voy saliendo y estoy apurado pana.
Entonces
comprendí que no era producto de mi borrachera y colgué. Mis ojos se llenaron de lágrimas y un nudo se
me hizo al instante en la garganta.
Esperé un rato y salí con toda la calma del mundo, Manolo me gritaba
desde la barra en medio del ruido que necesitaba contarme algo, le dije que en la mañana hablaríamos, eso pude
decirle.
Esa
noche no dormí, pero fue diferente. Comprendí que no solo podía hablar con mi
padre o mis amigos fallecidos, quizá los demás también podrían hacerlo, pensé
en todos aquellos vecinos y amigos de la cuadra que viven tristes añorando a su
gente amada y se me ocurrió un raro plan, debía hablarlo con Manolo y
convencerlo para ponerlo en práctica.
CAPÍTULO TRES / FRANCO EN PANTALETAS
Al
día siguiente por la tarde, le explique todo lo sucedido a Manolo, quien por
supuesto no me creyó y no lo culpo, así que lo reté a llamar y estando solos en
la Tasca, no había distracciones, ni ruidos molestos y mucho menos testigos. Entramos
a la pequeña caseta y aunque dudando y mirándome como a un loco, Manolo discó
el número de su padre en Zaragoza, hacia quince años había fallecido. Y sucedió justo lo que no me esperaba:
–¿Diga?
¿Quién cojones habla?–Era su padre, con su acento típico y su voz agrietada–
–¡Papá!
¿Eres tu…papá?
–¡Sí!
¿A quién esperabas? ¿A Franco en pantaletas? ¿Dime qué quieres Manolo?
–¡Papá
tantos años extrañándote! ¡Eres tú!
–¡Hombre
que seguro has bebido y que ya está fuerte para gilipolleces! ¡Que va a empezar
la comedia y tu madre no se la pierde por nada del mundo! ¡Llama mañana a ver
si tienes suerte! ¡Llama más temprano coño Manolo!
Después
de unos minutos silenciosos y de escuchar el llanto de mi amigo, me dijo:
–¡Esta
mierda de verdad funciona Fabrizio! ¡No se cómo! ¡Pero funciona! Y entre risas
planificamos nuestra próxima llamada, la siguiente y la otra. Así de felices
estábamos.
Y
con la misma felicidad esa semana llevamos a Doña Irene quien había perdido a
su hija el día de navidad y pudo volver a escucharla; también a nuestra amiga
Maya cuyos padres habían sido asesinados en un viaje por carretera cuando ella
era una niña; al hijo de Jaime quien perdió a su papá por una enfermedad
pulmonar y quería decirle cuánto lo amaba; a las hijas de Julia quien fue
atacada por un cáncer muy agresivo y querían escucharla una vez más; a las
madre de Margaret quien sufrió en silencio una enfermedad terminal de forma
estoica. Como también pude llamar a mi hermano Juan a quien perdí hace cinco
años por causa de un accidente cerebro vascular sufrido el día de mi cumpleaños
y cuya llamada felicitándome no atendí “por estar muy ocupado” y así poco a
poco, nos encargamos de que cada vecino tuviera la oportunidad de despedirse o
“arreglar asuntos”. Las largas colas ya
eran habituales frente a la Tasca de Manolo y nuestra comunidad respiró un
ambiente de paz, algo que habíamos perdido y cuya explicación solo la vida puede
dar.
Cierto
día se acercó el alcalde. Era un inmigrante de rumanos criado en Caracas quien “heredó” el cargo a causa de la renuncia
de la alcaldesa anterior, una ex reina de belleza muy eficiente y que produjo
cambios positivos y notables en la parroquia. La llegada del rumano fue pomposa
con guardaespaldas empujando personas y acordonando el área, nos preguntábamos que
hacía en la tasca o quien le había hablado de la caseta, pero no imaginamos
nada bueno. No pronunció muchas palabras
y por más que lo intentó, la caseta no funcionó, no lo conectó en ningún
momento. Todos los allí presentes tragamos en seco pensando que se había
averiado el teléfono o peor aún: Las consecuencias que nos traería este
percance con el alcalde que no serían nada amables. El tiempo se detuvo por
unos minutos, el hombre salió de la caseta y le dijo a su asistente en la forma
más seca y tajante posible:
–Hablamos
en la oficina. Es todo lo que te voy a
decir.
Todos
nos miramos un tanto confundidos por el raro episodio, pero nadie como el
asistente, quien comenzó a sudar frío y la expresión de su cara anunciaba una
conversa nada grata con su jefe. Luego de eso, probamos la caseta y funcionaba
perfectamente. Cosa que celebramos al momento sin pensar el por qué no le había
servido al funcionario.
CAPÍTULO CUATRO / LA ÚLTIMA
LLAMADA
Semanas
después y luego de un gran éxito con las llamadas misteriosas y de un
inesperado aumento en la venta de gaseosas, Manolo por fin me comentó aquello
que tanto había intentado compartirme y que no había podido: Perdió la batalla
contra los abogados y la Tasca sería absorbida por un consorcio, quizá
destruida o convertida en otro fondo de comercio tipo franquicia pues el punto
era inmejorable y la zona estaba manifestando cierto crecimiento, la pérdida era
inevitable y aunque sabíamos su destino, seguimos conectando vecinos con sus
seres queridos todo el tiempo que pudimos, nunca paramos, hasta el último día,
el último momento.
–Manolo,
creo que esta última llamada te la mereces mi amigo, solo hazla y vámonos.
Hicimos lo que pudimos, vamos a beber a otro sitio, ya es hora.
Y
así fue, Manolo llamó por última vez a su padre, le contó lo sucedido con la
Tasca y los abogados, nos cagamos de la risa cuando recibió una sola palabra
como respuesta:
–¡Gilipollas!
En
los días siguientes llegaron unas cuadrillas de ingenieros y obreros, tumbando
paredes, desmembrando la Tasca y sacando todos los escombros. Estuvimos todos
muy vigilantes pero no vimos la caseta por ningún lado ya que Doña María tenía
el plan fallido de recuperarla y colocarla en la Planta Baja de su edificio. Tiempo
después encontramos pedazos de madera roja en un bote contiguo, así supimos de
su destino.
CAPITULO CINCO / RÍO CHICO
¿Qué
sucedió con nosotros? Cada quien siguió su camino, Manolo regresó a España y
abrió un pequeño sitio de Tapas donde es muy feliz y yo sigo bebiendo en otra tasca
acá mismo en Chacao, se llama “Río Chico”, queda al fondo de un pasillo en otro
viejo edificio frente a la Avenida Francisco de Miranda y no hay magia, ni
llamadas del más allá pero hay cerveza fría, buen trato de “otro Manolo” y
generosas entradas, unos días te colocan boquerones a la vinagreta, otros una
suerte de granos guisados con chorizo y los lunes siempre colocan pistacho en
los platicos de la barra, ineludible para alguien tan goloso como yo. ¿Mi
situación? Pues sigo añorando mi matrimonio, los ratos amables al lado de mi
esposa, los viajes, las risas y por cada cerveza que bebo, recuerdo también aquel
episodio de las llamadas, la vieja caseta roja, el ruido ensordecedor de la
Tasca, el olor a alcohol, a cigarro mezclado con habaneros y aquellos rostros
llenos de esperanza e incertidumbre donde se veía paz verdadera. Aquella paz en
mi cuadra de Chacao valió la pena. Como
no. ¿Pero saben qué? Voy a beber otra
cerveza por este relato. ¡Salud!
FIN